Por: Lic. Vivian Saade
Existen palabras que nos dejan huella,
que nunca se olvidan para bien o para mal. Las palabras pueden llegar a
tener una gran importancia a lo largo de nuestra vida, y más aun en la
vida de nuestros hijos, cuando vienen de nosotros, sus padres.
Es importante reflexionar lo que decimos pues en un minuto podríamos
dañar algo que nos ha costado mucho esfuerzo construir: “¿Acaso no
puedes hacer nada bien?” o “¡Bien hecho, te felicito, lo vas a lograr!”;
unas pocas palabras pueden hacer la diferencia.
Algunas palabras quedan grabadas como sinónimos de lo que creemos que
somos, como si fueran una especie de reflejo o identidad: “si esto es lo
que yo significo para mi esposo, amigo o familiar, seguramente esto es
lo que soy”.
Cuando nos encontramos cansados o enojados, podemos decir cosas
hirientes que para nosotros sólo son expresiones de frustración, pero
que para nuestros hijos pueden convertirse en referentes y espejos de
desaprobación, ridiculización o inseguridad.
Mucho se habla de que los padres modelamos lo que somos mucho más de lo que nos damos cuenta.
Aun cuando creemos que los hijos no nos ven; nos están viendo. Y la
manera en la que nos comportemos, hablemos o actuemos, será de algún
modo su punto de partida para concebir al mundo.
Palabras como “perdón” o “lo siento” pueden ser mágicas en la
transformación de las relaciones interpersonales y en la forma en la que
nosotros nos valoramos.
Enseñar como padres que nosotros también podemos equivocarnos, reconocerlo y disculparnos ante nuestros hijos o ante otros -contrariamente a lo que se pensaría-, puede contribuir a que nuestros hijos nos admiren aun más.
Si relacionamos la autoestima con el poder de la palabra, podremos
concluir que la percepción de lo que valemos, nace en su mayoría de lo
que nos hemos y nos han dicho a lo largo de nuestras vidas.
No pretendo con esto que constantemente digamos a nuestros hijos que son
“los más guapos”, “los más inteligentes” o “los mejores”; sino que por
el contrario, fomentemos una relación de respeto, sinceridad y cercanía
en la que ellos solos puedan llegar a esas conclusiones a través de
nuestras las palabras y actitudes de apoyo y empuje.
Recomiendo tomar consciencia para cuidar nuestro lenguaje teniendo palabras de amor y respeto hacia nuestros hijos, resaltando continuamente sus esfuerzos, con el fin de que logren una mejor aceptación de sus habilidades y limitaciones. Nunca los descalifiquemos ni los humillemos. Jamás abusemos física ni verbalmente de ellos, ni impongamos nuestra voluntad arbitrariamente.
Tratemos de evitar que los recuerdos de nuestras palabras sean de
superioridad o desaprobación: “Me gritaba sin razón”, “Sólo me señalaban
mis errores y mis debilidades”, “Nunca me pedían nada por favor ni me
daban las gracias”, “Me ridiculizaban enfrente de mis amigos y no
valoraban mis esfuerzos”, “Nunca me escucharon lo que yo tenía que
decir”.
El lenguaje abusivo destruye, resta libertad a la hora de actuar,
menoscaba el valor de las personas, hace aflorar la timidez y causa
dolor. Si por alguna razón hemos actuado así, es posible revertir el
daño causado tomando consciencia de nuestras actitudes negativas,
modificando nuestras reacciones y pidiendo perdón.
Nuestra forma de expresarnos, las palabras que empleamos y el tono de
voz que usamos determinará en buena manera la percepción que nuestro
hijo tenga del mensaje, las expectativas que tendrá del mundo exterior y
el valor que se adjudicará como persona. Hagamos pues que en nuestro
hogar reine un ambiente positivo en donde lo que domine sean las
palabras positivas, respetuosas y amorosas.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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