Bienvenidos a Conociendo tu alma!

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lunes, 31 de octubre de 2016

Hermano cuerpo

POR VIRGINIA GAWEL
Fuente: http://www.sophiaonline.com.ar/

Nuestro cuerpo, casa sagrada, el espacio que nos alberga en nuestro paso por la vida. ¿Alguna vez lo trataste tan mal que te dolió el alma? Siempre se puede pedirle perdón…

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   Así te llamó San Francisco de Asís: hermano sol, hermana luna, hermana montaña, hermano ciervo… hermano cuerpo. Nuestra cultura, en cambio, ha ido olvidando tu cualidad principal, para envolverte en ropas según las modas, subirte y bajarte de automóviles y ascensores, plancharte cuando te vas arrugando, ondularte el pelo si es lacio (o enlaciártelo si es rizado), depilar tus arbóreos matorrales, adelgazarte, rellenarte por donde te falte, aspirarte por donde te sobre, subirte a insalubres tacones, perfumarte tus salvajes emanaciones, tenerte sentado en el más cúbico sedentarismo para luego hacerte correr hasta el desfallecimiento… Hermano cuerpo, te decía: nuestra cultura ha ido olvidando tu cualidad principal: tu naturaleza sagrada.

   No hablo necesariamente de ninguna religión, no: hablo de que te faltamos al respeto todo los días, de mil y una maneras, y lo tenemos como algo “natural”. Tu condición briosa, afín a la de todos los demás animales, a la de las plantas que se yerguen buscando la luz, a la de los ríos que cantan en las cascadas, ha sido envasada, tipificada, rotulada. Y nuestra cultura nos dice que nunca, nunca serás suficiente: suficientemente hermoso, suficientemente joven, suficientemente bello, suficientemente sano…

   Querrás irte de los ascensores, los subterráneos y el bullicio interminable, a retozar por donde perteneces; tus piernas se moverán en las salas de espera, y tendrás insomnio porque no querrás dormir en un cubículo. Entonces te empastillarán hasta amansarte. Hasta que tu tristeza de animal expatriado sea acallada con más pastillas. Y si se te ocurre enfermar, habrá muchas manos restregándose para negociar qué parte de tu noble presencia pinchar, exprimir, cortar, infiltrar. (También debo decírtelo: algunas de esas manos serán bondadosas, sí; algunas sabias, también. Podrán ayudarte. Y otras serán más peligrosas que galopar en la niebla).

cuerpo-sagrado-escapar   Pero vamos a algo más simple, Hermano cuerpo. No “nuestra cultura”. Yo. Yo, entre tus entrañas, ida y vuelta por tus nervios, sostenida por tus huesos, hasta exhalar tu aliento definitivo. No somos lo mismo, no: cuando mueras, seguiré viaje, como el Principito al dejar su cáscara en el desierto. Pero aquí, ahora, somos Uno: mi prójimo más próximo, hermano cuerpo.

   Y yo, que amo a los animales tanto y tanto, que desde niña no ha habido foto mía en que un animalito no estuviera conmigo… te traté como jamás trataría a ningún otro animal. El día que lo supe lloré de vergüenza: te había hecho acostar a la hora en que ya tendría que haberte arropado como a un niño… te odié en el espejo porque no eras como yo quería… te di de comer lo que jamás le daría a ningún otro animal… te exigí lo que no le hubiera pedido a nadie a quien amara. Pues no te amaba.

   Hoy ya me has perdonado, pues te he pedido perdón. Y enmendé. Pero debo recordar todos los días (tú, que albergas a esta alma extranjera, casa de carne, de sangre y de sonidos): eres el único animal que puedo acariciar desde adentro. Elaborado con la tierra y con los soles, necesito contar contigo y que cuentes conmigo. Es mi deber, en reciprocidad sagrada. Te diré “gracias”, sí, cuando me vaya. Pero hoy te digo “gracias”, y más “gracias” en cada acto, porque estoy. Es decir: porque gracias a que estás aquí (donde despliego mi destino), aquí estoy.
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Espero te resulte de interés, Blanca


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