Por: KRISTIN SULENG
Fuente: http://elpais.com/
Más que una buena memoria para
recordar nombres y fechas y un hábil razonamiento matemático, la
inteligencia es sobre todo adaptación. Las versiones revisadas del CI,
que amplían la inteligencia a la experiencia con el medio, rescatan a
Charles Darwin y sus teorías evolutivas, como señala Pablo
Fernández-Berrocal, catedrático de Psicología de la Universidad de
Málaga. “Curiosamente, los neurocientíficos del siglo XXI vuelven a la
idea originaria de Darwin demostrando que ser inteligente es la
capacidad de adaptarse al entorno de la forma más eficaz. Esa capacidad
varía según el contexto, e implica flexibilidad en situaciones muy
diferentes”, explica el catedrático.
Así, conceptos como el factor G o las
teorías que vinculaban la superación de un determinado tipo de pruebas a
una inteligencia todoterreno, ya no obedecen a la evidencia científica.
“Hay personas que son inteligentes y se adaptan con facilidad y
flexibilidad a ciertos contextos, y en cambio, en otros parecían
estúpidos. Y si nos remontáramos 30.000 años atrás, esos considerados
inteligentes podrían incluso morir devorados, porque no afrontarían la
demanda de su entorno. Cuanto más simple es el mundo, es más probable
que nos sirvan los recursos generales, pero en un mundo tan complejo
como el nuestro, se necesitan habilidades mucho más específicas, por lo
que poco a poco se incluyen otros tipos de inteligencia”, explica este
psicólogo especializado en inteligencia emocional, fundador del Laboratorio de Emociones de la Universidad de Málaga.
¿Por qué a un buen orador, con gran
capacidad de compresión verbal, o a un genio del piano o el balón, de
gran talento físico, no se les considera inteligentes en nuestra cultura
occidental? El protagonismo de la inteligencia
abstracta-lógica-matemática responde a la herencia del sistema
productivo europeo anterior a las dos grandes guerras, cuando el talento
abstracto tenía la llave del éxito laboral y social y una rutilante
carrera educativa se reconocía en el mercado con un no menos lustroso
puesto de trabajo.
En ese contexto nació el CI, un
concepto revolucionario acuñado por los psicólogos que se enfrentaron al
reto de clasificar a las personas, primero para evaluar los trastornos
mentales y luego con propósito educativo, ante la nueva corriente de
escolarización en Europa, con el afán de estandarizar las pruebas con
criterios objetivos, a diferencia de la entrevista clínica.
“Alrededor de los años setenta,
algunos estudios demostraron que no estaba garantizado que las personas
que conseguían los mejores trabajos fuesen las que tenían mayor
inteligencia abstracta. A partir de ahí, la complejidad del mundo laboral
no se vincula tanto a tareas cognitivas, sino a las relacionadas con la
gestión de las propias emociones, el estrés, la ansiedad y la capacidad
de regular las interacciones sociales en relación con las personas. Lo
que marca la diferencia de una persona brillante en el ámbito laboral no
es su inteligencia clásica, sino este extra que se refiere a otro tipo
de inteligencia”, apunta Fernández-Berrocal.
Sin embargo, la popularidad de las
escalas de inteligencia de especialistas como Binet y Wechselr, los
nombres de referencia en la medición del CI a nivel mundial, todavía es
difícil de superar. Trabajos de psicólogos como Robert J. Sternberg, uno de los impulsores hace tres décadas de la inteligencia práctica o aplicada, o Howard Gardner,
quien dinamitó la teoría de la inteligencia única con las inteligencias
múltiples (lingüística, ínter e intrapersonal, musical, espacial,
naturalista, corporal, además de la lógica-matemática), todavía no han
llegado a aplicarse como corriente mayoritaria en las escuelas.
“Los alumnos que se adaptan bien al
sistema escolar son los que tienen una inteligencia numérica y
lógico-matemática alta. Al resto, que pueden tener otro tipo de
inteligencia, les cuesta mucho trabajo adaptarse. La escuela sigue
trabajando hoy con un modelo. Hay personas muy inteligentes que no son
especialmente brillantes en los aspectos lógico-matemáticos y no acaban
de adaptarse, desperdiciando su potencial artístico, lingüístico o de
relaciones sociales, la escuela se convierte para ellos en un martirio”,
observa este psicólogo.
¿Puede medirse la creatividad?
Superada en el campo de la
investigación la existencia de una inteligencia única, cómo detectar el
talento en un examen sigue siendo la pesadilla de los científicos, a
pesar de innovaciones como el Test de Inteligencia Emocional Mayer-Salovey-Caruso
(MSCEIT). “Si se ponen problemas matemáticos o lingüísticos, es más o
menos fácil evaluar las respuestas, porque hay una solución correcta.
Otra cosa son las respuestas a los problemas de la vida real. Llevamos
más de un siglo intentando evaluar la creatividad como proceso, no como
producto, y a pesar de las investigaciones, no se terminan de ver
resultados”, explica el catedrático.
La evaluación, la clave de todo,
también falla en el concepto de CI y los tests clásicos de papel y
lápiz. Fernández-Berrocal apunta: “Ahora, el sueño, a través de
investigaciones con resonancias magnéticas funcionales, es hallar el
indicador del nivel de inteligencia observando, por ejemplo, el
porcentaje de materia gris o blanca, teniendo en cuenta el volumen del
cerebro y determinadas zonas. Pero eso no se ha conseguido y no sé si se
podrá conseguir. Sería como decir que la inteligencia es solo eso, sin
tener en cuenta el aprendizaje y la experiencia”.
Aunque hay programas televisivos que
siguen impresionando al público con la memoria de los concursantes (una
facultad superada por la consulta inmediata de los datos en los medios
digitales), para Fernández-Berrocal la capacidad de anticipación debiera
ser la inteligencia que hay que potenciar. “Las máquinas no pueden
predecir el futuro, pero nosotros somos capaces de innovar y anticipar, y
los pueblos siempre han sobrevivido a las adversidades del clima, el
hambre o las guerras gracias a eso. En nuestra vida personal pasa igual:
los que saben anticiparse a los problemas, en lugar de ser sujetos
pasivos, tienen mayor capacidad de adaptación. Pero eso todavía no se
enseña en la escuela, y sería una auténtica revolución”, concluye.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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