Por Raquel Rús
Fuente: http://hekay.es/
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Es habitual que a terapia llegue
alguien y deje caer un comentario del tipo “qué buena era mi madre, todo
la parecía bien siempre”. Al que suelo contestar con una pregunta
“¿cuidaba de sí misma?”. Todavía no me he encontrado a nadie que me
conteste afirmativamente.
Tenemos un concepto de bondad un
tanto distorsionado. Aquella persona que siempre nos dice que sí, la que
nunca se queja, la que jamás pone un límite, la que pone a los demás
por delante de sí misma… Una persona que hace ésto o bien está negando
sus propias necesidades, pero tenerlas las tiene, o bien espera que
alguien averigüe cuáles son y las cubra. Ambas opciones en el corto
plazo son bienvenidas, en el largo suelen traer problemas.
Y es que, tarde o temprano esas
personas explotan. Bien echando en cara lo realizado por los demás o
bien poniéndose enfermas. Lo que todos queremos es poder manifestar
nuestras necesidades sin miedo, porque la gente buena que siempre dice
sí esconde mucho temor a que los rechacen, a lo que pensarán de ellos, a
parecer malos o a hacer daño. Conozco a más de una persona que teme a
la asistenta que le limpia la casa y no le dice lo mal que lo hace ¡por
no molestarla! Si la base de nuestros actos es el miedo, éstos no pueden
ser sanos.
Leyendo por Internet encontré no hace
mucho una frase que me encantó “no puedes hacer feliz a todo el mundo,
no eres un bote de Nocilla”. Qué gran verdad. La necesidad de agradar
constantemente a los demás es una enfermedad, una falta de respeto a
nosotros mismos y, aunque de primeras pueda parecer lo contrario,
también lo es hacia los demás.
Cuando no decimos de verdad lo que sentimos por miedo a hacer daño
estamos asumiendo que el otro no puede gestionar lo que ocurre, y eso es
una manera de menospreciarlos. Como si nosotros fuéramos muy adultos y
ellos niños que pudieran enrabietarse. Para evitarlo habitualmente lo
que hacen las personas a las que les cuesta poner límites es usar alguna
de las siguientes estrategias:
1. Esperar a que el otro se aburra:
Pongamos que me han invitado a un cumpleaños al que no puedo ir, quizás
para no decir que no cuenten conmigo voy dejando para más tarde dar una
respuesta. Ciertamente eso no es decir que no y con ello podemos asumir
que el otro no se molestará, aunque en realidad lo que hacemos es
tenerle esperando con la falsa esperanza de que iremos.
2. Mentir: Para no
tener que decir claramente lo que sentimos o pensamos o las
circunstancias que nos impiden decir que sí, nos inventamos una excusa.
3. Manipular: Convencer al otro de que en realidad quiere algo diferente a lo que desea en realidad para no tener que enfrentarnos.
4. Evitar encuentros:
Con el objetivo de no ver a la persona a la que tenemos que poner algún
tipo de límite. Eso genera una tremenda distancia en nuestras
relaciones.
5. Decir que sí cuando quiero decir que no:
Generando el consiguiente resentimiento, ya que espero que el otro se
dé cuenta de mis necesidades y las escuche, cuando soy yo quien no hace
ni lo uno ni lo otro.
Todas estas estrategias no suenan muy
“bondadosas”, más bien son un tipo de agresión pasiva. Al no hablar
claro generamos muros en nuestras relaciones, así como frustración
externa e interna. Todo lo contrario a lo que en realidad deseamos:
estar cerca de los demás y ser queridos.
Lo curioso es que cuando se pregunta a
la gente qué características tiene alguien a quien de verdad admira
suele contestar: dice lo que piensa y está seguro de sí mismo. Es decir,
que es una persona que pone límites.
Las personas a las que les
cuesta decir “no” se sienten inseguras, no queriendo molestar, están
enfadadas consigo mismas o resentidas con las demás. Mientras
que los que se animan a poner límites miran dentro de sí mismos,
conectan con sus necesidades y las manifiestan. Por ello son capaces de
respetar las necesidades de los demás aunque no las comprendan, y
aceptan un no por respuesta. Saben poner límites y los aceptan, porque
son sanos. Incluso animan a aquellos a quienes les cuesta decir lo que
necesitan a hacerlo, porque se interesan de corazón por ellos. Es una
señal de confianza básica para tener relaciones profundas y honestas.
Lo malo es que muchos relacionamos
poner límites con estallar, ser bruscos o groseros. Esto es así porque
de tanto aguantar y callar, cuando decimos lo que queremos lo hacemos
desde el dolor interno. En cambio, al volverlo una práctica habitual en
nuestra vida, podremos negarnos con calma, con seguridad, con sinceridad
y con respeto. ¿Qué el otro lo toma mal? Será porque él mismo no sabe poner sus límites.
Es muy cómodo tener a alguien cerca que siempre dice que sí, aunque lo
cómodo no es necesariamente lo sano. Si una persona es incapaz de
respetar lo que somos y necesitamos, quizás no sea la persona adecuada
para estar en nuestra vida. Ninguna relación sana se basa en el miedo,
sino en el amor.
La gente buena es la que tiene bondad, eso quiere decir que se respeta y respeta a otros, que mira lo mejor para todos, que busca relaciones sinceras. Eso, en muchísimas ocasiones, implica dar un “no” por respuesta.
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Espero te resulte de interés, Blanca
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