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viernes, 28 de octubre de 2016

Destino, libertad y responsabilidad

Fuente: http://www.viviragradecidos.org/


¿Qué es el destino? ¿Somos libres frente a él? ¿Somos responsables de nuestras acciones? Reflexiones del psiquiatra Viktor Frankl, sobreviviente de varios campos de concentración y fundador de la Logoterapia. Nuestro destino único e irrepetible es el suelo sobre el que nos erguimos, y cada paso que damos es un acto libre: “ El hombre es un ser que va liberándose a cada paso de aquello que lo determina”.

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   La responsabilidad significa siempre responsabilidad ante un deber. Ahora bien, los deberes de un hombre sólo pueden ser interpretados partiendo de un “sentido”, del sentido concreto de una vida humana.

   ¿Y qué es, pues, la responsabilidad? Responsabilidad es aquello de lo que se nos “hace” responsables, aquello que “re-huímos”. Es terrible saber que en cada momento soy responsable del siguiente momento; que cada decisión, la menor igual que la mayor, es una decisión “para toda la eternidad”; que en todo momento estoy realizando una posibilidad, la responsabilidad de ese momento único, o la estoy perdiendo. Por otra parte, cada momento encierra en sí miles de posibilidades, y yo no puedo elegir más que una sola a realizar. Pero con esto quedan condenadas todas las demás, quedan destinadas a no ser jamás, y esto también ¡“para toda la eternidad”! Pero es maravilloso saber que el futuro (el mío y de las cosas con él, el futuro de los hombres en torno mío) depende de alguna manera –aún cuando fuera en un grado insignificante– de la decisión que yo tome a cada instante.

   La responsabilidad del hombre, cuya forma de conciencia trata de facilitar el análisis de la Existencia, es una responsabilidad encuadrada dentro del carácter peculiar y singular de su existencia, como algo único y que sólo se vive una vez. El existir humanamente consiste en ser-responsable en vista de la finitud. Ahora bien, esta finitud de la vida, como finitud en el tiempo, no la priva del sentido; al contrario, es la muerte la que le da sentido a la vida. El carácter singular de la vida lo lleva consigo respecto a toda situación; la peculiaridad de la vida lleva también consigo la peculiaridad del destino. En términos generales, podemos decir que el destino es –al igual que la muerte–, de un modo o de otro, parte constitutiva de la vida. El hombre no puede nunca, por mucho que haga, salirse del marco original e irrepetible de su destino. Si maldice su destino (es decir, aquello contra lo que nada puede y en lo que no tiene responsabilidad ni culpa alguna) es porque no llega a comprender el sentido del destino.

   Dentro del marco de su destino exclusivo, cada hombre es insustituible. Es lo que hace que el hombre sea responsable de la conformación de su destino. Tener un destino significa tener cada uno su destino. Con su destino peculiarísimo el individuo está, como si dijéramos, solo en todo el universo. Su destino no se repite. Nadie vendrá al mundo con las mismas posibilidades que él, ni él mismo volverá a tenerlas. Las ocasiones que se le brindan para la realización de valores creadores o vivenciales, el destino con el que realmente tropieza –es decir, aquello que el hombre no puede modificar, sino que debe soportar en el sentido de los valores de actitud–: todo esto es algo único y que solo se da una vez.

   Cuán paradójico es querer rebelarse contra el destino se ve claramente cuando alguien se pregunta qué habría sido de él, cuál habría sido su vida, si no hubiese tenido el padre que realmente tiene o sido hijo de otra persona. Quien se pregunte tal pregunta olvida que en tal caso no sería propiamente “él”, pues el portador sería otra persona completamente distinta, razón por la cual no podría ya hablarse, en rigor, de “su” destino, sino del destino de otro. Por tanto, el problema de la posibilidad de tener otro destino, un destino distinto, es de por sí imposible, contradictorio y carente de sentido. El destino es parte del hombre, como el suelo a que le ata la ley de gravedad, sin la cual no se podría dar. El hombre tiene, en efecto, que mantenerse erecto sobre su destino, como se mantiene erecto sobre el suelo que pisa y en el que tiene que afirmar el pie para saltar hacia su libertad. Libertad sin destino es imposible; la libertad sólo puede ser libertad frente a un destino, un comportarse con el destino.

   El hombre es libre, indudablemente, pero ello no quiere decir que flote independientemente en el vacío, sino que se halla en medio de una muchedumbre de vínculos. Pero estos vínculos son propiamente el punto de apoyo de su libertad. La libertad presupone vínculos, tiene que contar con vínculos. El “tener que contar” no significa sometimiento. El suelo sobre el que el hombre se planta es trascendido a cada momento en la marcha, y es suelo sólo en la medida en que es trascendido y sirve de trampolín. Si quisiéramos definir al hombre, habíamos de hacerlo como un ser que va liberándose a cada paso de aquello que lo determina; es decir, como un ser que va trascendiendo todas estas determinaciones al superarlas o conformarlas, pero también a medida que va sometiéndose a ellas.

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   Esta paradoja define el carácter dialéctico del hombre, uno de cuyos rasgos esenciales es el permanecer perennemente abierto y problemático para sí mismo: su realidad es siempre una posibilidad, y su ser, un poder-ser. El hombre no se agota nunca en su facticidad. Ser hombre, podríamos decir, no consiste en los hechos sino en las posibilidades.

   La existencia humana es ser-responsable, porque es ser libre. Es un ser que –como dice Jaspers– decide cada vez lo que es: un “ser-que-decide”. Es precisamente “Existencia” (Dasein, “ser-ahí”, ser concretamente “aquí y ahora”), y no está siendo simplemente, como una cosa (Vorgandensein, estar delante, hallarse, en terminología de Heidegger). La mesa que está delante de mí es y seguirá siendo lo que es por su parte, es decir, si alguien no la hace cambiar, no cambiará; en tanto que la persona que está sentada a la mesa frente a mí, decide por sí misma lo que “es” en el momento siguiente, lo que me ha de decir u ocultar.

   Lo que caracteriza su Existencia como tal es la multiplicidad de posibilidades distintas, de las que su ser sólo realiza una en cada caso. (Ese ser peculiar del hombre llamado Existencia podría caracterizarse también como “el ser que yo soy”.) El hombre no se sustrae en ningún momento de su vida a la forzosidad de optar entre diversas posibilidades. Solo que puede hacer “como si” no tuviese opción ni libertad de decidir. Este “hacer como sí” forma parte de la tragicomedia del hombre. Son muchos los chistes en que resalta la situación cómica del hombre no consciente de su esencial libertad de decisión. Uno de ellos es el marido que explica a su mujer cuán inmoral es la humanidad moderna, ofreciéndole como ilustración lo siguiente: “Hoy, por ejemplo, me he encontrado en la calle una cartera llena de billetes; pues bien, ¿crees que me ha pasado por la cabeza entregarla en la oficina de objetos perdidos?” ¿Qué es lo cómico de la situación? El ver que alguien nos habla de su propia falta de moral como si no le cupiera responsabilidad alguna. Este hombre hace como si hubiese que aceptar su falta de moral como un hecho dado, del mismo modo que la inmoralidad de los demás; como si no fuese libre y no estuviese en condiciones de decidir si debe quedarse con la cartera encontrada o entregarla en la oficina correspondiente, para que vuelva a manos de su dueño.

   La libertad de toda decisión, lo que se llama el libre albedrío, es algo obvio para el hombre sin prejuicios; tiene experiencia directa de sí mismo como libre.
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Espero te resulte de interés, Blanca

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