Por: Cecilia Casado
No seré yo quien lance la primera piedra en el tema de las contradicciones; más
que nada porque podría caer encima de mi propia cabeza. Pero me ha
parecido que se puede hacer un poquito de autocrítica en este sentido,
nunca viene mal que corra el aire en la propia psique.
En primera persona de indicativo diré
que sigo manteniendo algunas contradicciones en mi “modus operandi” a
pesar de que, por mi ya casi provecta edad, debería haber elegido un
lugar fijo donde aposentarme con ideas y principios. No es así por
decisión propia –que quede claro-, reivindico mi derecho a cambiar de
opinión e incluso a ser clamorosamente contradictoria.
Mi contradicción más flagrante en los
últimos tiempos ha consistido en pasar de ser una admiradora
incondicional de cierto tipo de hombre a no gustarme nada de nada. Y me
explico. En cierto momento de mi vida realicé el “retrato robot” del
hombre ideal para mí. Primaba la inteligencia sobre la belleza, lo
mental sobre lo emocional, el valor por encima de la empatía, el punto
“canalla” por sobre la generosidad y, para rematar, que fuera bien
vestido y tuviera una buena educación. Nada del otro mundo si se
considera de dónde vengo y adónde se suponía que tenía que ir.
Me lució el pelo malamente con este
“estereotipo”, pero aun y todo me empeñé en seguir fiel a él hasta que,
casi cumplidos los cincuenta años, el mundo se derrumbó sobre mi
cabeza -o casi- y tuve que reajustar esquemas. Después de creer que
estaba bien aposentada en mis creencias, de haber mostrado al mundo
cuáles eran mis principios e ideales en materia amorosa, cambié de
opinión y me contradije en casi todo lo que antes me pareció una especie
de dogma. O como dice una buenísima amiga mía cuyas ironías me
encantan: “Con que esté vivo me conformo”. Bromas aparte, tengo que
adaptarme a mis propias contradicciones, qué remedio me queda.
Por no hablar todo el rato de mí,
contaré la anécdota de primera mano. Un amigo fue a la boda de su jefe,
pagando la “cuota” correspondiente, a pesar de que dicho jefe es una
persona injusta en lo social, en los salarios e incluso en el trato. Me
explicó que no era hipocresía, sino contradicción entre lo que sentimos,
pensamos y acabamos haciendo.
Qué verdad es que vemos antes la paja
en el ojo ajeno que la viga en el propio; qué verdad sigue siendo que
los actos que nos molestan de los demás suele ser porque son un reflejo
de nosotros mismos. Y no es menos verdad aún que a hacer autocrítica no
nos enseñaron ni en casa ni en la escuela sino que nos empujaron a
mantenernos firmes en las creencias aunque éstas cayeran por su propio
peso en las más que patéticas circunstancias por las que todos hemos
pasado alguna vez.
Por eso hablo de contradicciones con soltura, casi con amigable colegueo,
porque en mí están, alrededor las veo y, sinceramente, me parece muy
bien que tengamos algo sobre lo que reflexionar. Por eso titulo este
post “contradicciones absurdas”, para reivindicarlas y permitírnoslas
sin sentimiento de culpa alguno. Nobody is perfect!
En fin.
LaAlquimista
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Espero te resulte de interés, Blanca
Excelentísimo como la mayoría de tus artículos. Gracias Blanca
ResponderEliminarygonza_8@hotmail.com