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(Publicado en la revista Sophia OnLine en agosto de 2013.)
Fuente: http://virginiagawel.blogspot.com.es/
Tomado de: http://www.periodicodecrecimientopersonal.com/el-buen-morir-aprendiendo-a-soltar/
Antes los pacientes no morían; los
médicos, abogados y psicólogos tampoco: cuando me gradué como psicóloga,
en 1984, terminé mi carrera sin haber escuchado jamás cómo se acompaña a
alguien a morir, cómo se transita el proceso de duelo, cómo prepararse
uno mismo para irse de aquí; los médicos se capacitaban para mantener al
paciente “con vida” el mayor tiempo posible, pero la idea de compasión y
acompañamiento humano no existía; los abogados ni se habían planteado
el simple derecho a morir con dignidad y a recibir cuidados especiales
en ese final de la vida amparados por cobertura médica hasta el último
instante; tampoco la posibilidad de dejar asentada, con valor legal, una voluntad anticipada
que permitiese que, en caso de que uno llegase a una situación de final
de la vida en la que hubiese que tomar decisiones, no fuesen los
familiares ni los médicos quienes se hicieran cargo del debate, sino
nuestra propia expresión previa en estado de plena lucidez, constando
por escrito…
Sí: ya sé que es muy posible que
estés pensando que esto todavía sigue siendo así. Sin embargo, quizás
acompañe a tu corazón el saber que empieza a suceder algo diferente. Hace ya tiempo.
De hecho, el sábado tuve el honor de ser parte de los expositores de la
Primera Jornada sobre Compasión y Cuidado en el Final de la Vida,
organizada por la querida Fundación Paliar en la Universidad de Ciencias
Empresariales y Sociales (UCES). Sí, en una Universidad. Con 170
personas que asistieron con el más sentido interés desde distintos
puntos del país y del mundo. Se habló de psicología, de legislación, de
medicina, de espiritualidad. Y ya se está implementando.
Ya hay centros de cuidados paliativos en algunos hospitales,
fundaciones como Paliar, hospices. Pero hay una larga lucha por delante.
En el ámbito de la formación de profesionales, en el de la generación
de leyes, y en la difusión de este tema.
Fue conmovedor el testimonio de Edith
Godon, paciente de Paliar, que transita por una enfermedad incurable.
Subió al escenario, y tras el estrado se expresó desde el núcleo mismo
de la vivencia, cuestionando inclusive con contundencia en algunos
puntos a médicos y abogados que aún estaban en el panel. Y algo esencial
a lo que se refirió es a la importancia vital que tiene el derecho del paciente a saber la verdad sobre su estado de salud para prepararse en el proceso de partir.
En el caso de ella, toda su familia, a lo largo de estos años, ha
transitado ese proceso de Edith. Allí estaban presentes también sus
hijas, de 10 y 12 años, que no sólo saben muy bien lo que le pasa a la
mamá, sino que están orgullosas de que ella esté luchando hasta que sus
fuerzas duren para que los profesionales sepan de la importancia de
acompañar al paciente en un Buen Morir, y para que cada uno (como lo
hizo ella) luche para que su cobertura médica se haga cargo de esa
asistencia, porque se está en pleno derecho de recibirla, tanto el
paciente como su familia.
Edith habló de la importancia de vivir el ahora,
y apreciarlo plenamente (lo cual hace toda su familia como una práctica
cotidiana). “No sabemos cuándo será el momento, pero no sólo yo, sino
ninguno de nosotros; de modo que necesitamos vivir cada instante como
único.” Desde una enfermedad que no tiene cura, una mujer está diciendo
(y no desde los libros!) lo mismo que cualquier verdadero maestro
espiritual. Mas, en su caso, su maestra es la enfermedad (pero sobre
todo su propia actitud ante ella).
Acompañar a morir puede ser un
proceso que amplíe nuestra conciencia hacia zonas sutiles que nos
resulten desconocidas. Es posible que en algún momento pase a un segundo
plano en nuestro interior el drama de la pérdida, e ingresemos a una
serenidad en la cual sintamos que, aunque el dolor esté, a su vez haya
como un Orden. Hay quienes describen el morir o el acompañar a morir,
inclusive, como momentos en los que acontece la percepción de una
extraña Belleza. Quizás porque se esté sin ego, sin cáscara, y pueda
haber una conexión de esencia a esencia. Esa esencia que es una porción
del Todo. Y que no nació. Por eso en el Zen le llaman “lo Nonato”. Lo
que nació… es el cuerpo! Y lo que muere también. Lo Nonato no puede
morir.
Hay muchas personas que cruzan el
umbral plenas de un sentir profundo y amoroso; inclusive algunas
tradiciones espirituales instan como parte de sus prácticas a prepararse
para el momento de la partida: entre los hindúes se elige uno de los
tantos nombres de Dios para que sea la última palabra que se pronuncie
al partir (como lo hizo Gandhi); en el Zen muchos maestros saben
íntimamente en qué momento han de morir, y tienen junto a sí papel,
pincel y tinta para que su último acto en esta vida sea lo que se conoce
como “poema de muerte” (que suelen tener una enorme hondura y lucidez);
en muchos pueblos amerindios desde la adolescencia la persona empezaba a
recitar una “canción mortuoria” (recibida en sueños, o desde un abuelo,
o mediante un ritual) para que le acompañara en los momentos difíciles …
y esa canción iba consigo para no perder el contacto con su
interioridad al momento de dejar el cuerpo, repitiéndola en su partida.
Morir es algo nuestro. La medicina lo volvió un momento impersonal.
La psicología durante años lo obvió. Hoy, comienza a hablarse de ello, y
a subrayarse su cualidad íntima, plena de derechos, espiritual,
indispensable de ser tenida en cuenta. Educarnos para morir es educarnos
para apreciar la vida. Como Edith y su familia. O como un maestro Zen
(o de cualquier otra tradición).
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Espero les resulte de interés, Blanca
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