Referencias: * The second brain * Inteligencia digestiva * Biomagnetismo
Camilo Acosta
Fuente: https://canalelsalvador.wordpress.com
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Un “segundo cerebro” funciona en el
abdomen y regula emociones. Su red neuronal no elabora pensamientos,
pero influye en el estado de ánimo y hasta en el sueño. Que se use la
palabra “entripado” para referirse a un enojo podría no ser del todo
metafórico.
Que el estómago “se cierre” en una
situación estresante o que parezca poblado de mariposas ante el amor
también tendría una explicación científica. El aparato digestivo está
tapizado por una red de neuronas (células nerviosas) de tan amplio
alcance que algunos científicos la han denominado “segundo cerebro”.
Ese cerebro, según estudios científicos recientes, influye en nuestro estado de ánimo, carácter y hasta en el ritmo de sueño.
Michael Gershon, investigador de la Universidad de Columbia, en los Estados Unidos, y autor de El segundo cerebro (The Second Brain),
un libro de referencia en las investigaciones sobre el tema, explica
que, conocido técnicamente como sistema nervioso entérico, el segundo
cerebro está compuesto por capas de neuronas ubicadas en las paredes del
tubo intestinal, y que contiene unos 100 millones de neuronas.
El pequeño cerebro que tenemos en las
entrañas funciona en conexión con el grande, el del cráneo, y en parte,
determina nuestro estado mental y tiene un papel clave en determinadas
enfermedades que afectan otras partes del organismo.
Además de neuronas, en el aparato
digestivo están presentes todos los tipos de neurotransmisores que
existen en el cerebro. De hecho, el 95 por ciento de la serotonina, unos
de los neurotransmisores más importantes del cuerpo, se encuentra en el
intestino. Sin embargo, aunque su influencia es amplia, se deben evitar
confusiones: el segundo cerebro no es sede de pensamientos conscientes
ni de toma de decisiones.
Como puede leerse en una nota publicada por la revista de divulgación científica Scientific American , gran parte de la potencia neurológica del segundo cerebro se concentra en la ardua tarea diaria de la digestión.
Emeran Mayer, profesor de Fisiología,
Psiquiatría y Ciencias del Bio-comportamiento de la Universidad de
California, le dijo a esa publicación que una gran parte de nuestras
emociones probablemente se vea influida por los “nervios de los
intestinos”.
En el mismo sentido, Gershon afirma
que el bienestar emocional cotidiano quizá también dependa de mensajes
que el cerebro intestinal envía al cerebro craneano.
Guido Iantorno, jefe de la Unidad de Motilidad Digestiva del Hospital Bonorino Udaondo, le explicó a Clarín
que, aunque de modo indirecto, a través del eje cerebro-intestinal, el
sistema nervioso entérico puede influir en situaciones emocionales y en
otros síntomas como la hipersensibilidad al dolor.
Cuenta Iantorno que mediante
tomografías computarizadas por emisión de positrones pudo comprobarse
que, ante un estímulo en el intestino, en las personas con afecciones
funcionales del aparato digestivo reacciona un sector del cerebro
diferente del que reacciona en personas sanas.
“Esto significa que la corteza
cerebral responde de diferente modo si se padece, por ejemplo, el
síndrome de colon irritable”, dice Iantorno.
Algunos científicos piensan que en un
futuro, algunos padecimientos intestinales podrían tratarse con
terapias aplicadas a nivel neuronal.
De hecho, el síndrome de colon
irritable en parte deriva de un exceso de serotonina en el intestino, y
quizá podría ser considerado una “enfermedad mental” del segundo
cerebro.
Los trabajos de Mayer con el sistema
nervioso del intestino lo han llevado a pensar que, en los próximos
años, la psiquiatría tendrá que ampliar su alcance para tratar el
segundo cerebro además del que está sobre los hombros.
Consultado por Clarín vía
correo electrónico, el científico Michael Gershon contó que ahora se
sabe además que en el intestino hay células madre adultas que pueden
reemplazar a las neuronas que mueren o son destruidas.
Además, afirmó Gershon:
El sistema nervioso entérico le habla al cerebro y éste le responde.
El intestino puede afectar el humor, y la estimulación del nervio principal que conecta al cerebro con el intestino (el vago) puede ayudar a aliviar la depresión, y es usado para tratar la epilepsia”.
Para Gershon, el segundo cerebro
tiene un papel en la mayoría de las cosas que enferman al intestino ,
desde el síndrome de colon irritable hasta las enfermedades relacionadas
con la inflamación del intestino.
Uno no puede vivir sin su sistema nervioso entérico. Hasta la constipación de la tercera edad es un problema del segundo cerebro. Necesitamos saber más sobre él para tener mayor información sobre cómo abordar muchos de los males más comunes de la humanidad.
Tenemos dos cerebros: el de la cabeza y el del estómago
El estómago es una red extensa de
neuronas (100 millones) interconectadas. Su estructura neuronal posee la
capacidad de producir y liberar los mismos neurotransmisores, hormonas y
moléculas químicas que produce el cerebro superior.
En nuestro sistema digestivo se
produce y almacena el 90% de la serotonina de nuestro cuerpo; su función
es esencial: absorción, aporte nutricional y movimientos musculares. Es
la misma serotonina que en un 10% se crea en nuestro cerebro superior y
de la que depende nuestro bienestar.
La famosa hormona de la felicidad la
tenemos en el estómago, por eso debemos escuchar más al sistema
digestivo. De cómo sintamos nuestras tripas depende nuestro ánimo. Si
aprendemos a escuchar sus señales estaremos más sanos, perceptivos y
equilibrados.
Desde la digestión podemos influir en
nuestras emociones. Hay una relación continua de intercambio de
información entre los dos cerebros. Un ejemplo: un estreñimiento crónico
puede suponer una falta de serotonina, nos convierte en pesimistas y
baja la libido.
Al cuidar tu estómago, puedes mejorar
tu estado de ánimo. Si empiezas a reconectar, sentir, entender lo que
te sienta mal, ser consciente de lo que comes y cómo, en quince días
notas un cambio. La gente que escucha sus tripas, se hace masajes y sabe
comer, transmite más equilibrio, comprensión, paciencia y son más
intuitivos.
Si mimamos y relajamos el abdomen,
nuestras neuronas estomacales producen benzodiazepinas, las moléculas
que usamos como ansiolíticos para relajar e inducir el sueño y para
descontracturar músculos. Hay muchas sustancias químicas que nosotros
producimos y que si no somos capaces de liberar, manifestamos depresión,
ansiedad o cansancio crónico.
Para liberarlas podemos comenzar con
pequeños cambios: comer bien y con paz. Ir al baño sin prisa, unos 15
minutos. Nuestro intestino se mueve un centímetro al minuto, es una ola
de movimiento muscular lenta, tranquila y equilibrada, hay que
respetarlo. Es muy beneficioso hacer un automasaje en la tripa,
movimientos muy suaves empezando por el lado derecho y avanzando en el
sentido de las agujas del reloj; eso relaja el sistema digestivo. Hacer
diariamente diez minutos de estiramientos.
A media tarde, cuando aparece el
cansancio, respirar con la barriga durante diez minutos. Un vaso de agua
caliente en ayunas con unas gotitas de limón o menta activa la función
muscular del estómago, vesícula e intestino. De vez en cuando un fin de
semana de depuración a base de batidos de verduras es aconsejable. Y
ejercicio regular.
Del sistema digestivo también depende
nuestra piel. Nuestro sistema digestivo representa el 70% de las
defensas. Si uno come mal, tiene mucho estreñimiento o gastroenteritis,
infecciones, o toma muchos antibióticos, se trastorna todo el tráfico,
es decir la función de filtrar, defender, eliminar y absorber.
Cuando este sistema depurativo, el
más grande del cuerpo, funciona mal, otro órgano, como la piel, coge su
función. Las consecuencias son dermatitis, psoriasis, acné, piel
atópica, manchas… síntomas cuyo origen en un 80% es intoxicación
interna.
Hay una conexión directa entre el
envejecimiento precoz y procesos degenerativos tanto de piel y
articulaciones con la salud del estómago. Ya lo estudió Iliá Mechnikov,
premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1908, la fermentación pútrida
en el intestino es la razón principal del envejecimiento precoz. Y el
estreñimiento y la putrefacción proteica están vinculados al desarrollo
del cáncer y a los procesos degenerativos sistémicos prematuros. Si la
célula esta bien nutrida e hidratada y mantiene adecuadamente el proceso
de eliminación y desactivación de las toxinas y de los radicales
libres, puede estar joven y activa durante mucho tiempo.
Con la vida que llevamos (sedentaria,
estresada, alimentación cuya calidad no está muy controlada…) no
eliminamos todo lo que ingresamos y por tanto absorbemos toxinas,
sufrimos putrefacción, inflamación, intoxicación y bajan las defensas.
Un tratamiento para el colon una vez al año es muy recomendable.
Es recomendable que de vez en cuando,
durante un mes, se retiren de la dieta trigo, azúcar, lácteos y
alcohol; y fuera cereales, salvo arroz, avena y algo de centeno.
Nuestro segundo cerebro no piensa, pero siente
Pensar que el intestino actúa como un
segundo cerebro no es algo nuevo si vemos como piensan las culturas más
orientales. Para ellos, el vientre era y es el centro de la energía
vital del organismo, donde se integran mente y cuerpo.
El pequeño cerebro que tenemos en las
entrañas funciona en conexión con el grande, el del cráneo, y en parte
determina nuestro estado mental y tiene un papel clave en determinadas
enfermedades que afectan otras partes del organismo. Además de neuronas,
en el aparato digestivo están presentes todos los tipos de
neurotransmisores que existen en el cerebro. De hecho, el 95 por ciento
de la serotonina, unos de los neurotransmisores más importantes del
cuerpo, se encuentra en el intestino.
Las bacterias intestinales condicionan incluso la personalidad
Un experimento ha demostrado que al
inyectar a ratas sanas la microbiota de otras con rasgos autistas, las
primeras desarrollaron el mismo comportamiento antisocial. También en
humanos se ha comprobado que aquéllos con problemas de conducta tienen
diferencias esenciales en la flora intestinal que otras personas sanas.
Lo que muestran estos avances es que modificar la capacidad mental humana no sólo puede conseguirse a través del cerebro.
«Cambiar la flora bacteriana intestinal predeterminada puede variar la conducta», afirma el doctor Fernando Carballo,
presidente de la Sociedad Española de Patología Digestiva. Un cambio en
la dieta para estimular los intestinos podría abrir campos muy
interesantes para curar determinadas enfermedades neuronales, cree este
experto. De hecho, los trasplantes fecales -sí, existen los donantes de caca-, han demostrado ser más eficaces que algunos antibióticos para curar enfermedades como el colon irritable.
«La interacción entre cerebro e intestino está comprobada y eso abre la puerta al futuro»,
afirma el doctor Carballo. «Aunque aún queda mucho para que se pueda
mejorar la calidad de vida de esquizofrénicos o autistas a través del
equilibrio bacteriano».
LOS “SENTIDOS” DE NUESTRO ESTÓMAGO
Memoria: La proteína que quema la grasa corporal se encarga también de la memoria; por eso los obesos son más propensos a la demencia.
Bienestar: El estado de
ánimo se aloja en el estómago, ya que ahí se produce y almacena el 90%
de la serotonina, la ‘hormona de la felicidad’.
Sueño: Cuando relajamos las tripas, nuestras neuronas estomacales producen benzodiazepinas, que relajan e inducen el sueño.
Estrés: Ante una emergencia, el cerebro toma energía del intestino. Las tripas se ‘rebelan’ y envían señales como malestar estomacal.
Gula: Las billones de
bacterias que se alojan en el intestino eligen sus propios nutrientes
para prosperar: a veces son más golosas que tú.
Miedo: El pánico hace
que el cerebro espante al intestino grueso. Éste ya no dispone de tiempo
para absorber líquido y el resultado es diarrea.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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