Por: Elena Iglesias
Fuente: http://www.quepasasemanal.com/
Solo existe la metamorfosis de la vida.
La muerte no es el opuesto de la vida. El opuesto de la muerte es el
nacimiento. La vida es eterna.
Los pensadores y poetas a través del
tiempo han reconocido la cualidad de sueño que tiene la existencia
humana. Parece tan sólida y real y sin embargo es tan pasajera que puede
disolverse en cualquier momento. Pedro Calderón de la Barca escribió en
el siglo 17: ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una
ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda
la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
En la hora de nuestra muerte, la historia de nuestra vida puede aparecer como un sueño que está llegando a su final.
Pero, ¿por qué la mayoría de las
personas que ha pasado por una experiencia cercana a la muerte le han
perdido el miedo? Reflexionemos. Sabemos que vamos a morir, pero eso
permanece como un concepto mental hasta que enfrentamos la muerte “en
persona” por primera vez, a través de una enfermedad seria, un
accidente, o presenciando la muerte de un ser querido. Solo entonces
tomamos conciencia de nuestra mortalidad.
Cuando enfrentas la muerte, tu
conciencia se libera de cierta manera de su identificación con las
formas. Pero en la cultura occidental, a diferencia de las culturas
orientales e indígenas, existe una gran aversión a la muerte.
Una cultura que vive de espaldas a la
muerte se vuelve superficial, preocupada solo por lo externo. Cuando se
niega la muerte, la vida pierde su profundidad. La posibilidad de saber
quiénes somos más allá de nuestro nombre, la dimensión trascendente,
desaparece de nuestras vidas, ya que la muerte es la puerta hacia esa
dimensión.
Cada vez que una experiencia termina
(las vacaciones, los hijos que se casan) se muere un poco. Pero si
aprendemos a aceptar los finales, la sensación incómoda de vacío que
sobreviene, se va convirtiendo poco a poco en una profunda paz.
La mayoría de las personas siente que
su identidad, su sentido del yo, es algo precioso que no quiere perder.
Por eso la temen a la muerte. Están confundiendo su verdadero ser con
su pequeño “yo” y su historia personal. Han perdido su conciencia del Yo
Soy, su auténtico y eterno ser.
Cuando cualquier pérdida ocurre en tu
vida –tu casa, una relación cercana, tu trabajo o tus habilidades
físicas– algo dentro de ti muere. Te sientes disminuido y desorientado. Y
eso puede ser doloroso. Cuando te ocurra, no lo niegues, ni ignores el
dolor o la tristeza que sientes. Acéptalos, pero ten cuidado de no
convertirte en víctima. El miedo, la rabia, el resentimiento o la
lástima son las emociones que encajan con ese papel. Sin embargo, si
eres capaz de aceptar la sensación de vacío, verás como cada vez eso te
asusta menos y se va convirtiendo en paz.
Cuando llega la muerte, Dios, el
Inmanifestado, brilla a través de la apertura que deja esa forma que se
disuelve. Por eso, lo más sagrado de la vida es la muerte, porque es la
manera como llega a ti la paz divina, a través de su contemplación y
aceptación. Y de saber que no estás en control de esa experiencia.
La muerte no es una anormalidad o la
cosa más terrible que nos puede pasar, como nos ha hecho creer la
cultura moderna, sino algo tan natural y habitual como el nacimiento.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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