Fuente: http://lamenteesmaravillosa.com/
Quizás eres una de esas personas que
siempre está lista a ayudar a los demás. Tienes carácter amigable y te
gusta servir a otros, darles lo mejor de ti. Con frecuencia puedes notar
que, por un lado, tus esfuerzos no se ven compensados con una solución
real para los problemas del otro; y, por otro lado, no recibes ayuda con
el mismo esmero con que la brindas.
Tus intenciones son, seguramente, muy
nobles. Y aunque le colabores a los demás sin esperar realmente nada a
cambio, te preguntas por qué llegan a ser injustos contigo. Te frustras
también porque, a pesar de todo el empeño que pones, finalmente no
logras marcar un punto de quiebre en las dificultades de otras personas.
¿Qué pasa? Que a veces lo mejor que puedes hacer por los demás, es
precisamente, no hacer nada.
La mariposa que no voló
Cuenta una vieja historia que un
hombre encontró el capullo de una mariposa tirado en el camino. Pensó
que allí corría peligro y entonces lo llevó hasta su casa para proteger
esa pequeña vida que estaba por nacer. Al día siguiente se dio cuenta de
que el capullo tenía un orificio diminuto. Entonces se sentó a
contemplarlo y pudo ver cómo había una pequeña mariposa luchando para
salir de allí.
El esfuerzo del pequeño animal era
titánico. Por más que lo intentaba, una y otra vez, no lograba salir del
capullo. Llegó un momento en que la mariposa pareció haber desistido.
Se quedó quieta. Era como si se hubiera rendido.
Entonces el hombre, preocupado por la
suerte de la mariposa, tomó unas tijeras y rompió suavemente el
capullo, a lado y lado. Quería facilitarle al animalito la salida. Y lo
logró. La mariposa salió por fin. Sin embargo, al hacerlo, tenía el
cuerpo bastante inflamado y las alas eran demasiado pequeñas, parecía
como si estuvieran dobladas.
El hombre esperó un buen rato,
suponiendo que se trataba de un estado temporal. Imaginó que pronto, la
mariposa extendería sus alas y saldría volando. Pero eso no ocurrió. El
animal permanecía arrastrándose en círculos y así murió.
El hombre ignoraba que la lucha de la
mariposa para salir de su capullo era un paso indispensable para
fortalecer sus alas. En ese proceso, los fluidos del cuerpo del animal
pasaban a las alas y era así como se convertía en una mariposa lista
para volar.
No intervenir es también ayudar
La moraleja de esta historia podría
describirse así: no hagas por otros nada que ellos puedan hacer por sí
solos. De pretender ayudar a los demás desinteresadamente a adoptar un
papel salvador que les hace, y nos hace, daño, hay solo un paso.
Ayudar sin que alguien lo haya
pedido, o realizar sacrificios gigantescos por otros, puede ser un gran
error. Nos puede animar un sentimiento auténtico de generosidad, pero
también la motivación puede ser un deseo secreto de generar dependencias
de los demás hacia nosotros.
Con esa ayuda ilimitada podemos
conseguir que las personas a nuestro alrededor se vuelvan pasivas y
egoístas. Además, intervenimos en su desarrollo y probablemente estemos
contribuyendo para que nunca “extiendan las alas”.
De este modo, fácilmente una persona
puede dejar de ser el salvador para convertirse en víctima del
“salvado”. Genera las condiciones para ser objeto de la explotación de
otros y son los demás quienes toman el control sobre él. Es una
situación en la que nadie sale ganando.
Evitarle esfuerzos o luchas a otros,
es también evitarles logros y libertad. El secreto está en darle la mano
a los otros cuando LO NECESITAN, no cuando LO QUIEREN. Alguien en
condición de vulnerabilidad demanda nuestra ayuda, nuestra solidaridad:
una persona enferma, física o emocionalmente; alguien que se encuentra
en condiciones de limitación; otro que requiere un aporte puntual para
seguir adelante.
El otro secreto es ofrecer una ayuda
concreta. Colaborarle a alguien no significa adoptarlo de por vida. Esto
se aplica incluso con los hijos, porque el propósito es ayudarles a
volar y no a seguir moviéndose en círculos eternamente. Así que la
solidaridad bien entendida ofrece ayudas específicas, no contratos de
apoyo a término indefinido.
Dice una máxima oriental que “Es
mejor cumplir con nuestro deber que con el deber del otro, por bien que
lo podamos hacer”. Gran verdad.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
Muy interesante a veces he sentido lo que refieres eres grandiosa Blanquita Gracias.
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