Por: Fabiana Fondevila
Fuente: https://lausinamistica.wordpress.com
¿Alguna vez recurriste a tu
espiritualidad para evitar enfrentar un aspecto doloroso de tu vida?
¿Dejaste pasar abusos en nombre de la compasión? ¿Te escudaste en tus
aspiraciones más elevadas para evitar sentir celos o enojo, por
considerarlas emociones “poco espirituales”?
Si la respuesta a alguna de estas
preguntas es sí, no estás solo. La mayoría de las personas que transitan
el camino espiritual caen en algún momento, sin darse cuenta, en esta
distorsión que el psicólogo estadounidense John Welwood bautizó “bypass
espiritual” allá por 1984. De hecho, es una ocurrencia tan común en la
cultura espiritual reinante, que muy pocos perciben su existencia y los
peligros que trae aparejados.
Autores como Ken Wilber y Robert
Augustus Masters incluso advierten que muchos consejeros religiosos y
psicólogos transpersonales hoy promueven este error, con las mejores de
las intenciones, al proponerle a quienes buscan su ayuda soluciones
espirituales a problemas de otro origen (cognitivos, psicológicos, hasta
corporales).
El psicoterapeuta Robert Masters dice en su libro Bypass espiritual: cuando la espiritualidad nos desconecta de lo que verdaderamente importa
que nuestra dificultad para tolerar y hacer frente a nuestra sombra
personal y colectiva es el motor que nos lleva a buscar la
espiritualidad como refugio o solución fácil a nuestros problemas. En
estos casos, las prácticas o creencias no ayudan a elevarnos sino a
evitar el costoso tránsito por el auto-examen y la auto-observación, a
acallar la voz interior que nos dice que algo no está bien, a barrer
bajo la alfombra conflictos y dificultades que piden a gritos ver la luz
del día.
Así lo describe John Welwood, quien
acuñó el término a partir de lo que observaba en su comunidad de
practicantes budistas, y en él mismo: “Cuando caemos en el ‘bypass
spiritual’, usamos la meta de la iluminación o la liberación para
racionalizar lo que yo llamo trascendencia prematura: intentar
elevarnos por encima del costado crudo y desprolijo de nuestra humanidad
antes de haberlo enfrentado verdaderamente y haber hecho las paces con
él. Y entonces procuramos usar la verdad absoluta para descalificar
nuestras necesidades humanas relativas, nuestros problemas psicológicos,
nuestras dificultades vinculares o déficits de desarrollo. Creo que
este es una especie de ‘peligro ocupacional’ del camino espiritual, dado
que la espiritualidad conlleva la visión de ir más allá de nuestra
situación kármica actual”.
¿De qué formas se manifiesta esta
tendencia en las personas? En una actitud de desapego excesivo, la
represión de ciertas emociones (la tendencia a “anestesiar” la tristeza o
el enojo), o a través una compasión ciega, una inclinación exacerbada
hacia lo positivo, ignorando o denostando la propia sombra (los aspectos
mal vistos de uno mismo). En casos más extremos, puede presentarse,
incluso, como delirios de iluminación.
También se denomina a esta tendencia “inflación espiritual”, en
referencia a la noción de que todo puede trascenderse a pura fuerza de
luz y voluntad. Pero ya lo decía C.G. Jung: “Uno no alcanza la
iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la
oscuridad”.
Un ejemplo de Welwood, en relación a
la práctica del budismo en Occidente: “Si uno intenta practicar el
desapego renegando de la propia necesidad de recibir amor, lo único que
logra es desterrar esa necesidad al Inconsciente, donde posiblemente
actúe y se manifieste de maneras potencialmente peligrosas”.
Explica el terapeuta: “Es fácil usar
conceptos como ‘la verdad del vacío’ de una manera distorsionada. La
enseñanza es que los pensamientos y las emociones no tienen existencia
verdadera, que son apenas ilusiones del Samsara (el mundo de las
formas), y por lo tanto, no debemos prestarles atención. ‘Debes
reconocerlos como formas vacías y, atravesarlos sin más’, es el consejo
que reciben los discípulos. Esto puede ser útil en el ámbito de la
práctica, pero en situaciones de la vida, esas mismas palabras pueden
ser usadas para reprimir o negar sentimientos que requieren nuestra
atención. Lo he visto ocurrir en numerosas ocasiones”.
“Temo que lo que muchos budistas
occidentales están practicando no es desapego, sino evitación del apego.
Esto no es lo mismo que liberación del apego: es otra forma de apego:
se apegan a la negación de sus necesidades humanas, por desconfianza en
el amor” , subraya.
Este fenómeno se asocia en parte con
la explosión de interés en la espiritualidad que acontece en los años 60
y la adopción por parte de Occidente de prácticas y saberes del
Oriente; y también con la deformación de estas prácticas y creencias en
lo que ha dado en llamarse “espiritualidad de consumo rápido”.
Pero no es privativo de las
tradiciones orientales ni de sus prácticas; la oración también puede ser
usada como una manera de evitar contactar con las heridas psicológicas y
los dolores del corazón.
Lo cierto es que no hay nada
instantáneo en el proceso de crecimiento espiritual. Quienes conquistan
la madurez en este terreno lo hacen a fuerza de años de trabajo interior
y transparencia, sabiéndose pequeños y falibles en cada paso del
camino. En términos de Welwood, en ellos la fruta cae del árbol por su
propio peso, en lugar de ser arrancada prematuramente de la rama.
Hay en estos seres añejados
espiritualmente -sean monjes, maestros o barrenderos- una cualidad de
integridad y de arraigo. No son almas descarnadas ni aparentan serlo. No
están, ni se pretenden, más allá de nada. Por eso son capaces de
abrazar la complejidad de quienes los rodean con amor, y mostrar el
camino hacia una transcendencia real, sin atajos ni ilusiones de
santidad, con simple vocación humana.
¿Qué más podríamos desear?
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Espero te resulte de interés, Blanca
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