Autor:
Mariló López Garrido
Hemos aprendido a definir las cosas en comparación con algo. «¿Qué tal
estás?» «¿En comparación con quién?» La referencia no es uno mismo, y no lo es
porque no hemos aprendido a estar dentro. Si estás en ti, sabes cómo estás. Si
no lo estás, debes buscar una referencia fuera —como hacen los niños— y
conforme a lo establecido darte un valor.
Cuando hay comparación, hay separación y alguien siempre sufre. Siempre.
Hemos dividido el mundo entre buenos y malos, norte y sur, blancos y negros,
ricos y pobres, gays y heteros, pecadores y santos, y no es tan así. Esta
constatación es una insatisfacción permanente sobre lo que hay, una necesidad
de encasillarlo y adoctrinarlo, definirlo y ponerle un nombre con apellidos. La
comparación es violencia encubierta, barreras
territoriales que intensifican aun más, si cabe, la separación. Si estuviésemos
conformes con lo que somos y con lo que son los otros, si aceptáramos cada cosa
como es, no necesitaríamos comparar. Y ello no quiere decir carecer de ánimo de
superación.
Los sauces no se equiparan con el álamo temblón, la gacela no se compara
con el león y dice: «Fíjate el rey de la selva, qué suerte ha tenido de no
nacer gacela y morir a dentelladas de una desconsiderada hiena». La Luna no se
compara con su silueta sobre el estanque, que es mecida por el loto flotante;
las estrellas no necesitan poner de referencia a los cometas para saber quiénes
son y regalarse a la vista nocturna. Cada uno es lo que es. Toda confrontación
tiene como objetivo domar, cambiar, subyugar y transformar lo comparado.
¿Conoces el tamaño de tu estatura?
Ponte de pie y mírate. ¿Sigues creyendo en los sueños? ¿Te parecería imposible
alcanzar un estrella?
A cada uno de nosotros nos pertenece
una estrella pero hemos de merecerla para que ésta, -la estrella-, nos ilumine.
En su defecto, hay quien regala estrellas,
tu mismo podrías regalar a alguien a quien amas una estrella y no es difícil.
Eso sí, debes mecerlo y ello solo es, conquistar la Fe que todo lo puede, tanto
que es capaz de conseguir que ese manto agujereado, permanezca ahí para
protegernos. Elige una estrella, cierra los ojos, pídela y deja que te alcance.
La única comparación posible es
contigo mismo: «Soy mejor que ayer», «Logré aumentar mi resistencia», «Pude
hablar en público dos minutos… ¡qué grande soy!» Ésa es la única comparación
que debes permitirte. No dejes que nadie te compare, jamás.
Cuando comprendamos que todo es
único y miremos con «los ojos nuevos» de la no comparación, cuando aceptemos a
cada uno sin juzgarlo, allí entenderemos que los defectos son cualidades sin
desarrollar y las cualidades son ese viento que transporta el polen para regalarse.
Nunca olvides que fue una simple
estrella, ni más ni menos que otras galaxias estelares, las que guiaron a los
Magos de Oriente a Belén, cuna de la Fe en lo imposible y a nadie se le ha
olvidado dos mil años después.
Está ahí arriba… Solo debes pedirla.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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