Por: Daniel Halpern
Me invitaron a participar y fui. Todos
emprendedores digitales. Uno más exitoso que el otro. Se llenaron la
boca de logros durante la hora y media que duró la reunión. Los yernos
perfectos. El sueño de cualquier madre para una hija. Era como ver un
perfil de Facebook o LinkedIn, pero en vivo y en directo.
Me pregunté por qué no mencionaron los fracasos, ¿acaso en todo les fue
tan bien? Lo triste es que veo el mismo fenómeno en los apoderados
cuando preguntan en el WhatsApp del curso por la tarea de sus hijos para
evitarles cualquier problema. El mundo 2.0 nos enseña que siempre
debemos mostrar nuestra mejora cara. No lo dice explícito, pero nos
obliga a esconder cualquier atisbo de fracaso. Y nosotros adoptamos la
cultura exitista. Nos preocupamos tanto que incluso le enseñamos a
nuestros hijos que debemos hacer sus cosas antes que ellos fracasen.
Ese es el problema. ¿Cómo una persona puede aprender del otro o hacer
algo mejor si NUNCA le va mal? Nosotros no cambiamos cuando todo está
bien. En el mundo 2.0 la imagen –el cómo nos ven- es tan relevante que
nos está robando nuestra identidad –el cómo nos vemos-. Y para mejorar
no es suficiente saber cómo nos vemos. Tenemos que enfocarnos en nuestra
identidad. Debemos educar para convivir con fracasos, no a esconderlos.
La tecnología nos lleva hacia esa dirección. Intenta facilitar lo que se
nos hace difícil. Tiene a evitar en lo que tenemos más posibilidades de
fracasar. Piense en Tinder, el sistema perfecto para conocer a alguien
sin antes tener que pasar por la posibilidad que nos digan NO. Tinder
elimina el sudor, el temor del invitar a salir y el posterior rechazo…
es decir, el cara a cara a veces tan duro y estresante del encuentro
personal. Además si la persona es rechazada, el golpe al ego es
muchísimo menor que recibirlo en directo. Fue solo un mensaje. Una
solicitud. Pero por otra parte si no hay rechazo, ¿cómo cambiamos?
Hay cientos de historias de personas que lograron crecer y desarrollarse
solo después de un fracaso. Emprendedores que nunca hubieran logrado
prosperar de no ser por las caídas anteriores. Cuando alguien fracasa se
da cuenta que no siempre tiene razón, y en ese espacio de
entendimiento, comienza a validar y aceptar las ideas de terceros. Y al
incorporar las ideas ajenas, también crece. No es el centro del
universo. Se hace humilde.
Hay muchos ejemplos en los que puede observarse un crecimiento personal
tras la derrota. Pero hay uno que es universal. Épico. Es una historia
bíblica. Habla sobre la formación del primer líder de una nación. Es la
historia de Moisés, que increíblemente rechaza la palabra de Dios por
temor al fracaso. La Biblia cuenta que Dios se le aparece a través de
una zarza milagrosa, que se quemaba pero sin combustión, y le pide que
rescate al pueblo judío que había sido esclavizado por el Faraón en
Egipto. Moisés se niega. Él estaba seguro que no sería capaz de lograr
su liberación. Estaba seguro que fracasaría. Primero le dice que no es
capaz. Luego que no habla bien. Después que no le van a creer.
Posteriormente que no lo van a escuchar. Finalmente le pide que mande a
otro. Pero Dios en cambio, después de un proceso de “coaching divino”,
termina convenciéndolo. Le asegura que él lo va a acompañar, sube su
autoestima y Moisés acepta.
Va a Egipto. Se reúne con los líderes. Llegan donde el Faraón ypide que
los libere. Sin embargo pasa exactamente lo que él creía que iba a
suceder: fracasa. Pierde. Se transforma en un looser para los ojos
ajenos. Peor aún. El Faraón no solo se niega a liberar al pueblo, sino
que además los explota aún más aumentando su cuota de trabajo diario.
Terrible. Cualquier persona con baja tolerancia a la frustración habría
dejado todo ahí. El Salvador aparentemente era un fiasco. La única tarea
que tenía no solo deja de cumplirla, sino que además la empeora.
Imaginen la reunión con los líderes después de eso. Sentados todos en el
Directorio, los mira a los ojos y les dice: “Señores, el Faraón no los
va a liberar. Y además dijo que ahora iban a tener que trabajar más. Lo
siento”.
La historia posterior es conocida. Vienen las 10 plagas. Milagros para
unos, castigo divino para otros. Y efectivamente el Faraón libera a los
esclavos. Lo que no es tan conocido es que luego de su fracaso, la
Biblia describe a Moisés como la persona más humilde que jamás haya
existido. ¿Cuál es la relación? El liderazgo bíblico no se basó en la
imagen. Moisés no lideró al pueblo con cientos de miles de seguidores en
Twitter. Con millones de amigos en Facebook. Mostrando el ángulo
perfecto en Instagram. Los intereses más adecuados en LinkedIn. El
status más conveniente en WhatsApp.
Los lideró después de haber conocido
el fracaso más grande que una persona puede sentir. Y eso probablemente
lo llevó a salir de su mundo. A empatizar con sus seguidores. A
escuchar lo que el resto tenía que decir. A ser un líder, pero
poniéndose en el lugar de los demás.
Del fracaso se aprenden muchas cosas. Humildad. Empatía. Tolerancia.
Aceptación. Nos hace crecer. El mundo 2.0 es increíble. Tiene un
potencial asombroso. Compartir lo que uno piensa. Organizar y movilizar a
miles -sino millones- de personas. Pero si lo centramos solo en imagen,
en el cómo me proyecto y no cómo soy, en vez de ayudarnos a salir de
nuestro mundo nos encierra aún más. Tenemos la posibilidad de crecer, no
la desechemos por un par de likes, followers o views.
Cultivemos
nuestra identidad, la imagen puede esperar, y el fracaso no es
necesariamente negativo. Eduquemos a nuestros hijos para que ellos
convivan con esa posibilidad, no con la imagen perfecta. Porque si les
enseñamos a basar su autoestima en lo que los demás piensan, lo más
probable es que la pierdan.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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