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martes, 2 de febrero de 2016

Despiertos, atentos y alertas

Fuente: http://www.viviragradecidos.org/

El hermano David nos invita a seguir tres pasos en la práctica de la gratitud. Se trata de acciones concretas que podemos hacer durante el día y luego revisar por la noche. “Mirar hacia atrás al anochecer de un día en el cual repetimos estos tres pasos varias veces, es como contemplar una huerta repleta de frutas”.

   Un acto de gratitud es una realidad viva. Aplicarle a su fluir orgánico un esquema mental como lo es una serie de pasos a seguir, siempre será algo arbitrario. Sin embargo, puede sernos útil para ayudarnos a practicar la gratitud.
   En cualquier proceso podemos distinguir un comienzo, un punto medio y un final. Podemos utilizar este circuito básico para la práctica de la gratitud. ¿Qué sucede al principio, al medio y al final de cada experiencia de gratitud? ¿Qué sucede cuando no somos agradecidos? Personalmente tengo la costumbre de, antes de irme a dormir, revisar mi día y preguntarme: ¿Me he detenido en algún momento del día como para dejar sorprenderme? ¿O más bien he caminado con desgano y distraído?
   Estar despiertos, atentos y alertas representan el comienzo, el medio y el fin de la gratitud. Esto nos da la pista de cuáles deben ser los tres pasos básicos en la práctica de la gratitud.

Paso uno: Despertar

La sorpresa de un niño   Para comenzar, nunca comenzaremos a estar agradecidos si no despertamos. ¿Despertar a qué? A la sorpresa. Mientras nada nos sorprenda, caminaremos por la vida como dormidos. Necesitamos practicar el despertarnos a la sorpresa. Sugiero esta pregunta como una especie de despertador: “¿No es esto sorprendente?” “¡Sí, ciertamente!” será la respuesta correcta, sin importar cuándo ni dónde ni bajo qué circunstancias uno se hace esta pregunta. Porque en definitiva, ¿acaso no es sorprendente sólo el hecho de que exista algo en vez de nada? Por lo menos dos veces al día preguntémonos: “¿No es esto sorprendente?”, y pronto estaremos más abiertos a sorprendernos con el mundo en que vivimos.

   La sorpresa puede sacudirnos lo suficiente como para despertarnos y así dejar de tomar todo descontado. Sin embargo, puede suceder que no nos guste para nada esa sorpresa. “¿Cómo puedo estar agradecido por algo así?”, podemos gemir en medio de una calamidad repentina. ¿Por qué reaccionamos así? Porque no nos damos cuenta del don que nos es dado en esta situación concreta: la oportunidad.

Paso dos: Estar atento a las oportunidades

   Hay una pregunta simple que nos ayuda a practicar el segundo paso de la gratitud: “¿Cuál es mi oportunidad en esta situación?” Casi siempre encontraremos que esa situación nos ofrece una oportunidad de disfrutar: disfrutar de los sonidos, los olores, los sabores, las texturas y los colores; y con una mayor alegría descubriremos el disfrute de la amistad, la bondad, la paciencia, la fidelidad, la honestidad y de todos aquellos dones que ablandan nuestro corazón como una cálida lluvia de primavera. Cuanto más practicamos la atención a las innumerables oportunidades de simplemente disfrutar, se nos hará más fácil reconocer a las experiencias difíciles o dolorosas como oportunidades, como dones. Pero mientras que la atención a las oportunidades escondidas en los hechos y circunstancias de la vida diaria es la esencia de la gratitud, la atención por sí sola no es suficiente. ¿De qué sirve estar atento a una oportunidad, si no nos beneficiamos con ella? Nuestro agradecimiento se demuestra con la prontitud con que respondemos a la oportunidad.

Paso tres: Responder con prontitud

   Una vez que tenemos la práctica de estar despiertos a la sorpresa y atentos a la oportunidad que se nos presenta, espontáneamente estaremos alerta en nuestra respuesta, especialmente cuando se nos ofrece la oportunidad de disfrutar de algo. Cuando una repentina llovizna deja de parecernos un inconveniente para pasar a ser un regalo sorpresa, espontáneamente aprovechamos la oportunidad de disfrutar de ella. Uno podrá disfrutar tanto como en los días del jardín de infantes, aunque ya no tratemos de atrapar las gotas de lluvia abriendo la boca de par en par. Solamente cuando la oportunidad nos pida más que un placer espontáneo, tendremos que darnos un empujoncito extra como para poder cumplir este tercer paso.

El proceso de revisión

   Algo que me ayuda a revisar mi propia práctica de la gratitud aplicando estos tres pasos, es la regla que aprendí cuando era chico y que usaba cuando iba a cruzar una calle: “Detente, mira, continúa”. Antes de acostarme, miro hacia atrás mi día y me pregunto: “¿Me detuve y me dejé sorprender, o caminé con desgano y como dormido? ¿Estuve demasiado ocupado como para despertar a la sorpresa, o permití que las circunstancias me distrajeran de poder ver el don dentro del don?” (Esto suele suceder cuando los envoltorios de los regalos no son atractivos). Finalmente, ¿estuve lo suficientemente alerta como para aprovechar totalmente la oportunidad que se me ofrecía?

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   Debo admitir que hay veces en que, cuando por la noche me detengo a repasar mi día, me parece ser la primera parada de un tren expreso: cuando miro hacia atrás, me doy cuenta con tristeza cuánto perdí. No sólo estuve menos agradecido en esos días de no detenerme, sino que estuve menos vivo, como adormecido. Otros días podrán haber sido iguales en cantidad de actividades, pero en ellos me he acordado de detenerme. Y me doy cuenta de que en esos días he conseguido hacer más cosas, ya que el detenernos rompe la rutina. Sin embargo, a menos que me ponga a observar, el sólo detenerme no hace que mi día sea realmente feliz. ¿Qué diferencia habría entre viajar en un tren expreso y en uno local, si no estamos atentos a observar el paisaje?

   Otras veces me doy cuenta en mi repaso nocturno de que a lo largo del día me detuve y observé, pero sin estar alerta. Precisamente ayer encontré en la vereda una enorme polilla, me detuve lo suficiente como para colocarla en un lugar seguro sobre el pasto para que nadie la pisara, pero no me agaché como para pasar un momento junto a esta maravillosa criatura. Por la noche vagamente podía acordarme de esos ojos iridiscentes sobre las alas grisáceas. Mi día perdió un poco de valor por este descuido de no permanecer suficiente tiempo con este regalo sorpresa, para observarlo profundamente y degustar agradecidamente su belleza.

   Mi receta simple para un día feliz es ésta: Detente y despierta; mira y está atento a lo que ves, y luego continúa con toda la atención posible ante cada oportunidad que se presente. Mirar hacia atrás al anochecer de un día en el cual repetimos estos tres pasos varias veces, es como contemplar una huerta repleta de frutas.

   Esta receta para vivir agradecidos parece simple, porque lo es. Sin embargo, simple no significa fácil. Algunas de las cosas más simples nos resultan difíciles, porque hemos perdido nuestra simplicidad infantil, y aun no hemos encontrado la simplicidad de nuestra madurez. Crecer en gratitud es crecer en madurez. Crecer es desde luego un proceso orgánico. Así volvemos a lo que dije al principio: aplicarle al fluir orgánico de la gratitud un esquema mental como lo es una serie de pasos a seguir, seguirá siendo algo arbitrario. Cuando uno vive agradecido, ni corre todo el día ni se arrastra cabizbajo: simplemente baila. Lo que es cierto en una clase de danza lo es también aquí: solamente cuando dejamos de pensar en los pasos es cuando verdaderamente bailamos.

Este ensayo apareció por primera vez en la página Beliefnet, 2001.

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