Bienvenidos a Conociendo tu alma!

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lunes, 27 de abril de 2015

“Si te duele, tienes un problema"

 Autor: LaAlquimista - Cecilia Casado
No hablo ni de las muelas ni del estómago, ni de ninguna parte de nuestro cuerpo físico que se vea afectada por un malestar, allá donde exista una causa y un efecto perfectamente relacionados. Hablo de algo mucho más sutil, incluso de algo menos creíble porque hay cosas que preferimos ridiculizar en vez de mirarlas fijamente y desentrañar el pequeño caos interno que nos provocan.
En las relaciones interpersonales ocurre con harta frecuencia que algún comportamiento ajeno nos resulta insoportable; que no podemos aguantarlo sencillamente porque no… y punto. Si profundizamos un poquito en esa supuesta agresión a nuestro equilibrio enseguida encontraremos razones sobradas para arrojar sobre el otro toda la culpa del desasosiego personal del que, insisto, le consideraremos responsable.

Se me ocurren muchos ejemplos, algunos demasiado íntimos como para compartirlos aquí, pero a buen entendedor seguro que basta con la sugerencia del caso. Supongamos pues que una persona con la que compartimos vida tiene la fea costumbre de andar quejándose todo el día por las esquinas de pequeñas tonterías que le molestan y hace su queja en voz alta, salpicando al resto con su llovizna negativa. Puede que las quejas reiteradas sean nimias o puede que tengan cierta enjundia, el caso es que son pertinaces y llega un momento en que, sencillamente, no nos apetece escucharlas ni un minuto más.

¿Qué hacemos entonces? Pues casi con toda seguridad que agarraremos al causante por banda y le diremos que ya está bien, que nos está incordiando con su negatividad, creando mal ambiente en el grupo y fastidiándonos con su cantinela aburrida. Y bien dicho estará si conseguimos hacerle comprender que nada gana y todo pierde quejándose, pero… ¿en qué forma se lo haremos ver que no le ofenda, que no se sienta agredido ni menospreciado a su vez?

Ahí es donde puede ocurrir que proyectemos en el otro nuestro propio malestar interno, haciéndole sentir como una piltrafa a través de un juicio, un veredicto, una condena que marque la línea de superioridad en la que el que recrimina se sitúa sobre el que está siendo recriminado. Es decir; si de verdad el malestar ajeno no tiene nada que ver conmigo, no me lo tomaré como algo personal porque si salto como pinchado por punta de cuchillo es que me están poniendo el dedo en alguna llaga que tengo por dentro sin terminar de cicatrizar.

Si el malestar ajeno me es precisamente “ajeno” tendré la suficiente tranquilidad para no verme afectado y, casi con toda seguridad, sentirme indiferente a la tontería que supuestamente me puede fastidiar.

Si me duele que los demás se quejen, tengo un problema. Si me duele que los demás griten, sigo teniendo otro problema. Si me duele cualquier actitud ajena es porque yo no soy capaz de tomar distancia del problema ajeno y me veo reflejado y, en consecuencia, es como verse a uno mismo en un espejo feo y caricaturesco que provoca rechazo automático. Dorian Grey no se reconoció en el propio retrato hasta que fue demasiado tarde, tan horrenda era la imagen que su propia alma le devolvía.

Si te duele que tu pareja te chille, tienes un problema. Precisamente por que has permitido durante demasiado tiempo que te falten al respeto y la autoestima está en el subsuelo. Si te duele que un amigo te trate con desapego, tienes un problema, seguramente porque te empeñas en una amistad que sabes no vale lo que cuesta. Si te duele que tu jefe te ningunee el problema es más grave todavía porque te está poniendo frente al espejo de la propia cobardía y ese dolor no hay quien lo mitigue.

Si te duelen las muelas, tienes un problema que se llama caries o similar. Es decir, una infección porque hay una parte podrida formando parte de un todo que tiene que funcionar de forma sana y natural. Las caries se parchean o se eliminan a la brava –diente incluido- pero en lo emocional del ser humano no hay “dentistas” para el alma que sepan arreglar lo que nosotros mismos hemos estropeado. Ni siquiera los profesionales del ramo –léase psiquiatras, psicólogos, gurus, filósofos de cabecera, curas o chamanes- nos darán una solución válida al alcance de todos ni que se acerque a la panacea de curación que –casi seguro- están intentando vender. Otra cosa es que te regalen, sin pretensión alguna, ciertas recetas que a veces funcionan y a veces, sencillamente, no son más que un placebo.

Cuando alguien me levanta la voz y me demuestra su enojo procuro darme cuenta de que, con mucha probabilidad, he hecho o dicho algo que le ha recordado a esa persona su propio dolor, su propia falta de energía. Así que voy reculando de a poquitos, cerca de la salida de emergencia (por si las moscas) y tan sólo gasto la energía necesaria para –si me dejan meter baza- levantar la mano y decir: “oye, que si te duele, el problema lo tienes tú” y, ya digo, igual hay que salir corriendo…
En fin.
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Espero te sea de utilidad, Blanca

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