Por: Israel Manuel Fagundo Pino
Tomado de: http://www.radioangulo.cu/el-psiquiatra-y-tu/1230-las-emociones-de-la-ninez-y-sus-huellas
La mamá de Alex, un pequeño de cuatro años, paseaba con él por un
parque de la ciudad cuando de momento un perro la atacó. Una gran
frialdad se apoderó de su cuerpo, su piel se tornó sudorosa y el corazón
comenzó a latirle aceleradamente: estaba presa de miedo. Aún así tuvo
tiempo de cargar a Alex en lo que varias personas la ayudaron y alejaron
al perro. Todo transcurrió muy rápido, pero experimentó una emoción muy
fuerte.
Los síntomas que ella presentó se corresponden
con la respuesta del organismo ante una alarma, en la que el sistema
nervioso desencadena sus mecanismos de defensa. Estas respuestas se
producen no sólo ante un peligro o ante el miedo, también suelen ser
producidas por la rabia, la ira, la alegría o el amor.
Si sabemos
del impacto o reacción negativa que provocó este acontecimiento en la
mamá del pequeño Alex, cabe preguntarse cómo habrá repercutido este
mismo evento en el niño. Experiencias como la descrita pueden provocar
en las personas la aparición de un Trastorno Fóbico, en este caso sería
una fobia especifica a los perros, por eso hay que tenerlas en cuenta y
saberlas manejar para que los niños aprendan a manejar miedos y
angustias.
Las experiencias vividas dejan sus huellas
Desde
pequeños los seres humanos aprendemos a identificar las sensaciones
agradables de las desagradables. A todos nos sucede que recordamos
vivencias del pasado. El que recordemos experiencias pasadas demuestra
que, a pesar del paso del tiempo, aquello que nos provocó placer o
displacer deja su huella.
Ciertos eventos que acontecen en la
infancia, sobre todo si se reiteran, son muy intensos, o de gran
significado, tienen efecto duradero e influyen en la conducta posterior.
Esto demuestra la importancia que tienen las emociones en la vida de
los niños, son expresión de su esfera emotiva que puede sufrir ante
estímulos muy fuertes, o cuando no se estimula adecuadamente.
Desde
su nacimiento el niño experimenta emociones diversas. Al inicio de la
vida predominan las más elementales relacionadas con su alimentación,
las de desagrado ante las sensaciones de frío o calor, humedad, o debido
al estado de indefensión en que se encuentra.
Si importante e
indispensable resulta cubrir sus necesidades de alimento y abrigo,
resulta de gran valor que el bebé se sienta protegido por medio de los
actos y el afecto de la madre desde el mismo momento en que nace, y
luego por los adultos de su entorno familiar.
Tan importante es la salud física como la salud emocional del niño
Las
personas se aseguran de cómo cargan a un lactante porque conocen que su
columna vertebral es todavía endeble, al mismo tiempo vigilan la
posición de su cabeza porque la misma no se sostiene todavía, por otro
lado las fontanelas aún están abiertas. Muchos se olvidan que tal como
se cuidan estos aspectos físicos o anatómicos hay que cuidar también los
aspectos emocionales.
A veces he visto niños llorando
inconsolablemente y he escuchado a más de un adulto decir: "Déjalo
llorar para que se le desarrollen los pulmones y que no se acostumbre a
que siempre que llore se le carga en los brazos". Esta no siempre
resulta una apreciación válida. Quienes así piensan y actúan pueden
provocar desajustes en los pequeños, esa puede ser una forma de
transmitirles estados de ansiedad innecesarios, provocarles sentimientos
de rencor, impotencia o desamparo, y también sensación de soledad,
entre otros estados perjudiciales.
En la medida en que manejemos
mejor las situaciones de nuestros hijos los ayudaremos más a que creen y
conserven su equilibrio; así propiciaremos su crecimiento y desarrollo
armónico, con seguridad y confianza, lo que les permitirá ser jóvenes y
adultos activos, estables, productivos, pero sobre todo felices.
Los
desórdenes emocionales tienen diversas causas. Algunas empiezan en la
propia cuna, porque los adultos con frecuencia tienen actitudes y
conceptos tan erróneos como el citado sobre el llanto, así provocan
"traumas" en el niño que más tarde se reflejarán negativamente en su
conducta y salud emocional.
Toda persona necesita de experiencias
individuales propias, pero hay muchas que son desagradables y no tienen
por qué repetirse en la descendencia. El niño no debe ser un "receptor"
de los conflictos de los adultos. Tanto el empleo de la fuerza como el
exceso de atención por parte de los adultos son caminos que no deben
transitarse nunca. Es mejor un sendero menos espinoso: el de la alegría y
la serenidad para actuar con equilibrio.
El control de las emociones en el niño
El
niño puede perder el control sobre sus emociones si se le crean estados
de ansiedad, de temor, de rencores. Si les son destruidas sus
capacidades discriminativas entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo
injusto, tendrá reacciones agresivas poco comunes y diferentes complejos
y trastornos que le impedirán su normal desarrollo.
Por ejemplo,
se habla muchas veces del niño mayorcito que se orina en la cama,
asunto en el cual toda la familia se interesa e intenta obtener
resultados. Lo normal es que el niño se despierte al sentir esa
necesidad fisiológica, si no lo hace sigue creciendo y continúa el
problema, esto es un indicador de que no posee el control adecuado sobre
sus esfínteres para evitar la micción nocturna, y lo más probable es
que tampoco posea un buen control emotivo, por lo general a causa de
dificultades en el mundo de los adultos que le rodean.
Sean las
sábanas húmedas, las perretas, la hiperactividad, los accesos de
melancolía o las dificultades en el aprendizaje, todas son reacciones
emotivas negativas de los niños en respuesta a las formas inadecuadas en
que se les atiende y educa, o expresión de conflictos en la dinámica de
su familia.
Tengamos siempre presente lo que un buen día
escribió el célebre escritor de literatura infantil Graham Greene: "Todo
niño viene al mundo con un cierto sentido del amor, pero depende de los
padres, de los amigos, que este amor salve o condene".
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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