Tenía una vida organizada, unos planes de futuro, una ilusión. Tenía todo con él y se desvaneció.
No negaré que fue doloroso al principio. Como cualquier pérdida. Me despertaba cada mañana intentando adaptarme a mi nueva realidad. No tenía planes. No encontraba mi lugar. No me reconocía a mí misma.
Meses después fui consciente de que había bloqueado el acceso a mi mundo interior. Nunca estaba sola, siempre buscaba compañía. Lo necesitaba. Necesitaba apoyo constante, sonrisas constantes, fiestas constantes. Pero no era yo…
Pasé mucho tiempo trabajando en esta historia. Invertí mucho esfuerzo
en superar todo. Pensé, reflexioné, medité, una y otra vez. Mi cabeza
iba a mil por hora. No entendía nada. No entendía mi actitud durante
todos esos años. Tampoco entendía mi reacción tras la ruptura. No era
yo, o eso pensaba.
¿Por qué había tolerado tantas faltas de respeto? ¿Por qué no había puesto fin a la situación antes? ¿Por qué lo hice solamente al sentirme empujada a ello?
Y sentí que en aquella relación…
Entonces empecé a buscarme en mi
adolescencia, intenté recuperar esa parte de mí. Recuperé mis pasiones,
de algún modo también mis creencias. Me adentré en un mundo nuevo. Leí,
leí mucho en la búsqueda de mí misma. En un intento de devolverme a esa
niña ilusionada con que un día encontraría el amor y formaría una
familia. Intentando recordarme mis sueños. Devolviendo esa esencia a su
origen.
Leyendo mi diario me he percatado de que podría escribir muchas páginas sobre este proceso. Fue largo, duro, pero sobre todo fue enriquecedor. Me permitió explorar nuevas opciones, disfrutarlas, llorarlas, celebrar, arrepentirme, me llevó a conocer mis límites, mis necesidades. Pero sobre todo, me empujó a quererme a mí misma, un impulso sin retorno. Me acepté, me quise, me cuidé. Aún en el proceso encontré nuevas piedras, pero las salté.
Aprendí que en esta vida sólo hay que conservar aquello que merece la pena. Y a aceptar que cada persona nos da, no lo que nosotros esperamos, sino lo que ella elige.
Hoy soy quién soy gracias a este proceso. Hoy doy gracias por el camino recorrido. Hoy entiendo que aquello tenía que ocurrir. Después de todo, hoy puedo decir que de nuevo, soy feliz.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
No negaré que fue doloroso al principio. Como cualquier pérdida. Me despertaba cada mañana intentando adaptarme a mi nueva realidad. No tenía planes. No encontraba mi lugar. No me reconocía a mí misma.
Meses después fui consciente de que había bloqueado el acceso a mi mundo interior. Nunca estaba sola, siempre buscaba compañía. Lo necesitaba. Necesitaba apoyo constante, sonrisas constantes, fiestas constantes. Pero no era yo…
O, mejor dicho, ¿sabía quién era yo?
¿Por qué había tolerado tantas faltas de respeto? ¿Por qué no había puesto fin a la situación antes? ¿Por qué lo hice solamente al sentirme empujada a ello?
Y sentí que en aquella relación…
Me puse tanto en la piel del otro,
que olvidé a qué olía mi propia piel,
me olvidé de su esencia
y eso no es bueno.
Leyendo mi diario me he percatado de que podría escribir muchas páginas sobre este proceso. Fue largo, duro, pero sobre todo fue enriquecedor. Me permitió explorar nuevas opciones, disfrutarlas, llorarlas, celebrar, arrepentirme, me llevó a conocer mis límites, mis necesidades. Pero sobre todo, me empujó a quererme a mí misma, un impulso sin retorno. Me acepté, me quise, me cuidé. Aún en el proceso encontré nuevas piedras, pero las salté.
Aprendí que en esta vida sólo hay que conservar aquello que merece la pena. Y a aceptar que cada persona nos da, no lo que nosotros esperamos, sino lo que ella elige.
Hoy soy quién soy gracias a este proceso. Hoy doy gracias por el camino recorrido. Hoy entiendo que aquello tenía que ocurrir. Después de todo, hoy puedo decir que de nuevo, soy feliz.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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