Autor: Rafael San Román
La intuición es una especie de sabiduría interior
que todos los seres humanos tenemos, como la tienen sin duda algunos
animales. No en vano, en un terreno puramente biológico, se habla a
menudo del gran mundo de los instintos: instinto de supervivencia, de reproducción, las migraciones… Están muy presentes en la naturaleza, de la que nosotros también formamos parte.
La idea de la intuición nos remite a un ámbito misterioso porque, por definición, es algo interno, difícil de definir. Por eso a veces nos referimos a ella como “sexto sentido” o “pálpito”. Es como una voz interna que, a base de sensaciones, nos dice que algo no va bien, que la dirección es esta o aquella, que hay que hacer alguna modificación en el rumbo o que, directamente, hay que salir pitando del mejor modo que se nos ocurra.
De esta manera, el propio material del que está hecha la intuición puede llegar a chocar con el mundo de lo objetivo, de lo que todos podemos ver y percibir, lo cual puede generarnos algunas confrontaciones con otras personas.
Por ejemplo, podemos estar saliendo con alguien aparentemente perfecto y, sin embargo, percibir una ‘vocecilla’ que nos llega desde una parte recóndita de nuestro interior que nos dice: “Déjale ahora mismo”. Da igual que nadie lo vea o que nos digan que no tiene sentido. En nuestro interior, lo sabemos.
También podemos estar en un proceso de selección para un trabajo que cualquier persona consideraría normal y fácil y sentir por dentro un revoltijo muy clarividente envuelto en un cartel luminoso: “No es para ti, vas a sentirte mal, no pierdas tu tiempo con esto, vete”. O algo mucho más cotidiano: cualquiera hemos acabado -queriendo o sin querer- transitando por alguna calle con mal aspecto, y nos lo parece aunque no exista ninguna señal objetiva de peligro; de repente notamos una inquietud que nos va subiendo de los pies a la cabeza, antes de pensar conscientemente que quizá estamos en la calle equivocada. Parece que algo dentro de nosotros nos susurrara en otro lenguaje: “Sal corriendo de este sitio antes de que sea demasiado tarde”.
La intuición ha sido muy estudiada por la psicología precisamente desde este punto de vista: el del “callejón sospechoso”. La conclusión es que no se trata de ningún superpoder, sino de la capacidad de nuestro cerebro para darse cuenta de los peligros potenciales que nos acechan, antes incluso de que nos demos cuenta. Además, este mecanismo funciona, por decirlo así, con un enfoque más bien alarmista. Por lo que se refiere al miedo, la parte más primitiva de nuestro cerebro siempre prefiere prevenir antes que curar.
Cuando no hablamos exactamente de peligros, como sucede en el ejemplo de la relación de pareja, o cuando nos planteamos trabajar en algo que, aunque parezca mentira, nos agobia o no nos convence en absoluto, hablamos de la intuición en un sentido más evolucionado.
Lo que funciona ahí no es tanto nuestro cerebro alarmista, ese que se encarga de nuestra supervivencia pura y dura, sino un chequeo mucho más exhaustivo y consciente de información de todo tipo: si esa persona nos parece aburrida, si sus amigos no nos gustan, todas esas actitudes terribles que hemos detectado detrás de un par de comentarios que nos han parecido desafortunados; o bien que una cosa es necesitar un trabajo o estar dispuesta a desempeñarlo y otra es que la tarea vaya contra nuestros principios, nos resulte incomprensible, presintamos que nuestro jefe no es buena gente… Millones de cosas pasan por nuestra cabeza y van destilando ‘gotitas’ de intuición en forma de mensajes positivos, de aceptación, o bien mensajes claros y rotundos de “abortar misión”.
En cualquier situación de la vida la información objetiva y nuestras conclusiones conscientes son importantes y hay que tenerlas en cuenta. Recordemos que, a veces, el cerebro nos advierte de peligros que no existen llevado por su “exceso de celo”. Pero cuando las voces internas se despiertan, cuando los pálpitos que conocemos bien empiezan su tamborileo, es importante escuchar también lo que nos dice nuestro cuerpo, porque puede estar lanzándonos mensajes muy interesantes que merece la pena tener en cuenta.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
La idea de la intuición nos remite a un ámbito misterioso porque, por definición, es algo interno, difícil de definir. Por eso a veces nos referimos a ella como “sexto sentido” o “pálpito”. Es como una voz interna que, a base de sensaciones, nos dice que algo no va bien, que la dirección es esta o aquella, que hay que hacer alguna modificación en el rumbo o que, directamente, hay que salir pitando del mejor modo que se nos ocurra.
De esta manera, el propio material del que está hecha la intuición puede llegar a chocar con el mundo de lo objetivo, de lo que todos podemos ver y percibir, lo cual puede generarnos algunas confrontaciones con otras personas.
Por ejemplo, podemos estar saliendo con alguien aparentemente perfecto y, sin embargo, percibir una ‘vocecilla’ que nos llega desde una parte recóndita de nuestro interior que nos dice: “Déjale ahora mismo”. Da igual que nadie lo vea o que nos digan que no tiene sentido. En nuestro interior, lo sabemos.
También podemos estar en un proceso de selección para un trabajo que cualquier persona consideraría normal y fácil y sentir por dentro un revoltijo muy clarividente envuelto en un cartel luminoso: “No es para ti, vas a sentirte mal, no pierdas tu tiempo con esto, vete”. O algo mucho más cotidiano: cualquiera hemos acabado -queriendo o sin querer- transitando por alguna calle con mal aspecto, y nos lo parece aunque no exista ninguna señal objetiva de peligro; de repente notamos una inquietud que nos va subiendo de los pies a la cabeza, antes de pensar conscientemente que quizá estamos en la calle equivocada. Parece que algo dentro de nosotros nos susurrara en otro lenguaje: “Sal corriendo de este sitio antes de que sea demasiado tarde”.
La intuición ha sido muy estudiada por la psicología precisamente desde este punto de vista: el del “callejón sospechoso”. La conclusión es que no se trata de ningún superpoder, sino de la capacidad de nuestro cerebro para darse cuenta de los peligros potenciales que nos acechan, antes incluso de que nos demos cuenta. Además, este mecanismo funciona, por decirlo así, con un enfoque más bien alarmista. Por lo que se refiere al miedo, la parte más primitiva de nuestro cerebro siempre prefiere prevenir antes que curar.
Cuando no hablamos exactamente de peligros, como sucede en el ejemplo de la relación de pareja, o cuando nos planteamos trabajar en algo que, aunque parezca mentira, nos agobia o no nos convence en absoluto, hablamos de la intuición en un sentido más evolucionado.
Lo que funciona ahí no es tanto nuestro cerebro alarmista, ese que se encarga de nuestra supervivencia pura y dura, sino un chequeo mucho más exhaustivo y consciente de información de todo tipo: si esa persona nos parece aburrida, si sus amigos no nos gustan, todas esas actitudes terribles que hemos detectado detrás de un par de comentarios que nos han parecido desafortunados; o bien que una cosa es necesitar un trabajo o estar dispuesta a desempeñarlo y otra es que la tarea vaya contra nuestros principios, nos resulte incomprensible, presintamos que nuestro jefe no es buena gente… Millones de cosas pasan por nuestra cabeza y van destilando ‘gotitas’ de intuición en forma de mensajes positivos, de aceptación, o bien mensajes claros y rotundos de “abortar misión”.
En cualquier situación de la vida la información objetiva y nuestras conclusiones conscientes son importantes y hay que tenerlas en cuenta. Recordemos que, a veces, el cerebro nos advierte de peligros que no existen llevado por su “exceso de celo”. Pero cuando las voces internas se despiertan, cuando los pálpitos que conocemos bien empiezan su tamborileo, es importante escuchar también lo que nos dice nuestro cuerpo, porque puede estar lanzándonos mensajes muy interesantes que merece la pena tener en cuenta.
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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