Por Ramiro Calle
Fuente: www.espaciohumano.com
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No hay persona que no conozca el
desasosiego y asimismo la vivencia de la angustia. El desasosiego es una
sensación de agitación, incertidumbre, impaciencia, temor difuso,
ansiedad o zozobra.
Toda persona experimenta desasosiego
cuando algo no acontece como esperaba, cuando hay un estímulo que se
interpreta como amenazante o cuando hay que atajar una situación difícil
o soportar una circunstancia desfavorable; pero además el desasosiego
asalta muchas veces a la persona sin causa aparente, simplemente porque
se desencadena en ella de repente o incluso en los momentos o
situaciones más inesperados. ¿Por qué? Puede haber en tales instantes
causas químicas incluso, pero más generalmente se debe a que la persona
no está totalmente armonizada y de repente surge esa sensación
desagradable. Como la fiebre es al cuerpo, la ansiedad es al alma. Una y
otra son síntomas y nos avisan de que algo no opera adecuadamente, sea
en el cuerpo o en la mente.
A veces las causas se pueden
descubrir, pero otras se nos escapan. Pero de lo que no hay duda es que
el desasosiego nace unas veces de nuestro núcleo interior de caos y
confusión, y otras como una reacción asociada al temor, la inseguridad,
el sentimiento de frustración o fracaso, la incertidumbre o a otros
innumerables factores tanto externos como internos. Lo que es cierto es
que el desasosiego se manifiesta más en la persona menos madura e
integrada psíquicamente, más inestable y menos segura de sus propios
recursos internos. A veces se presenta como ansiedad y admite muy
diversos grados de intensidad, desde una leve inquietud a una
incontrolada angustia.
Una sociedad como la nuestra es caldo
de cultivo para el desasosiego, la incertidumbre, el miedo y la
zozobra. La gran mayoría de las personas no disfruta de una verdadera y
enriquecedora vivencia de serenidad y están, sin percatarse muchas veces
de ello, desasosegadas, viviendo una sensación de ansiedad a la que
aparentemente se habitúan, pero que interiormente las va minando o por
lo menos les quita la grata vivencia de la paz interior y la inspiradora
serenidad. Otras están tan estresadas y dan tan poco tiempo a su ser
interior, que están muy distantes de la verdadera tranquilidad y se
hallan inmersas en un escenario continuado de inquietud, ansiedad,
impaciencia, apresuramiento, autoexigencias y disipación de sus mejores
energías, lo que pueda producir psicastenia, debilidad psicosomática,
angustia y apatía.
El desasosiego nos puede llegar por
dos vías: la procedente del exterior, por circunstancias adversas,
inconvenientes, dificultades de cualquier orden y factores ansiógenos en
general, o por la interior, debida a nuestra falta de autoconocimiento y
armonía psíquica y siendo víctimas de nuestros conflictos internos,
ambivalencias, semidesarrollo y falta de madurez. Tambien viene el
desasosiego causado por falta de entendimiento correcto, apego,
ofuscación mental, avidez y aborrecimiento, complejos y traumas y
sufrimiento existencial.
Otras veces por la forma de vida que
llevamos y no querríamos llevar o por relaciones que nos lesionan o por
tantas cosas más. Pero muchas veces la ansiedad es como una alarma que
nos está anunciando que algo en nosotros debe cambiar, sea dentro o
fuera. Tambien muchas veces nuestros estrechos puntos de vista o
nuestras actitudes inadecuadas son causa de ansiedad, como, por ejemplo,
cuando no aceptamos lo inevitable. El lado conflictivo de la mente,
generando tensiones, crispaciones, disgustos y preocupaciones
innecesarias es también un foco de desasosiego.
La serenidad hay que ir la ganando dentro de nosotros, poniendo para
ellos las condiciones adecuadas y llevando a cabo el trabajo interior
que nos permita conocernos, superar nuestros agujeros y torturadores
psíquicos, desarrollar la consciencia y una comprensión más clara de los
hechos, cultivar la ecuanimidad y aprender a mirar el transcurso de los
acontecimientos desde nuestro “punto de quietud” sin dejarnos tanto
identificar y atrapar por las circunstancias adversas.
Nos será de gran utilidad en este
sentido practicar con alguna asiduidad la meditación y tratar de estar
más atentos, sosegados y lúcidos en la vida diaria. Como decían los
antiguos sabios de la India, nada hay que pague un instante de paz, y es
en la serenidad donde se hace escuchar la voz de nuestro yo más
profundo. La conquista de la serenidad debe ser una de nuestras más
destacadas prioridades. Ganamos la serenidad para nosotros y la
compartimos con los demás. Si algo necesita este mundo convulso es
serenidad, porque de la misma nace la lucidez y de la lucidez la
compasión.
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Espero te resulte de interés, Blanca
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