Gabriel Cruz Martínez
Fuente: http://angelesamor.org/
Tomado de: http://www.periodicodecrecimientopersonal.com/buscandole-sentido-a-la-vida-12/
El aprender, según Krishnamurti, es de instante en instante consecutivo. Es un movimiento en que nos observamos silenciosamente, sin condenar, interpretar ni juzgar. Ya lo dijo el Cristo: “No juzguéis, no condenéis”. En el momento en que condenamos o juzgamos tenemos un patrón de conocimiento y ese modelo nos impide aprender. Sólo es posible la mutación en la raíz misma de la mente cuando nos comprendemos infinitamente. Es un cambio sin esfuerzo, espontáneo, natural. Si aprendemos sobre nosotros podremos amar a nuestro prójimo.
¿Y quién es nuestro prójimo? El
prójimo, el que pasa. Es decir, el prójimo puede ser nuestro llamado
enemigo. En la suma de los ‘próximos’ está lo universal. El Alma
Universal es la esencia del Hombre. De esta manera, al amar al prójimo,
como consecuencia, amamos a Dios. Pero no podemos amar a Dios, a quien
no conocemos, si no podemos amar a nuestro prójimo, a quien conocemos.
Tampoco podemos amar al prójimo, si somos competidores. Y toda nuestra
estructura social, económica, política y moral se basa en la
competencia.
Tenemos la competencia egoísta y al
mismo tiempo decimos que tenemos que amar al prójimo. Esto es imposible
porque donde haya competencia no puede haber amor, a menos que sea
competencia para favorecer al contrario, de ser ello posible.
Así, para haber comprensión de lo que
es el Amor, lo que la Verdad es, tiene que haber libertad. Empero,
nadie puede obsequiarnos esto. Tenemos que descubrirlo nosotros
propiamente. Y para hallar la liberación, tenemos que hacer rendición
incondicional del Yo a la Voluntad del Padre Supremo. Tal libertad
excelsa sobreviene de modo natural, libre, sin ninguna clase de coerción
ni control cuando entendemos todo el proceso del brote y terminación de
un problema, ya que una mente con un problema no es libre. Para la
mente que no resuelve toda dificultad, según va surgiendo, en cualquier
nivel que sea, físico, emotivo o sicológico, no puede haber libertad ni,
por tanto, claridad de pensamiento, de percepción o perspectiva.
Un problema es la prolongada
perturbación creada por la inadecuada respuesta a un reto; es decir, la
incapacidad para hacer frente a una situación de manera tal, con nuestro
entero ser, o por la indiferencia que dé por resultado la aceptación
habitual de los enigmas y el limitarse a soportarlos, pues existe un
problema cuando no se hace frente a cada cuestión de inmediato y no se
acaba hasta que terminemos con él, no en el futuro, sino en el momento
que brota, que aparece como un blanco, a tiro de hacha. Cualquier
problema o incertidumbre, de lo contrario, es un factor que destruye la
libertad y por ende la felicidad.
Un problema puede ser el dolor moral,
la molestia física, la muerte de alguien, la falta de recursos. Puede
ser la incapacidad para descubrir si Dios es una realidad. Y existen los
problemas de la relación, tanto privados como públicos, individuales
como colectivos. El no comprender la totalidad de la relación humana
engrendra problemas de los cuales emergen las enfermedades
psicosomáticas.
Krishnamurti dice que estando agobiados por los problemas, recurrimos a
varias formas de evasión; rendimos culto al estado, aceptamos la
autoridad, esperamos que alguien nos resuelva los retos, nos sumimos en
una repetición de plegarias, nos entregamos a la bebida, al sexo, al
odio, a la droga, a la lástima de nosotros mismos. Cultivamos en esta
forma, una red de evasiones consciente o inconscientemente, neuróticas o
intelectuales, que nos capacitan para tolerar todos los problemas que
aparecen. Estos, inevitablemente, engendran esclavitud, confusión e
inconformidad.
En la búsqueda de un significado a la
vida, debemos penetrar al fondo de las formas y someternos a las miras
del Supremo. Sabremos entonces como explicar esta seguridad absoluta,
indeclinable, esta indiferencia a la naturaleza en presencia de la
desaparición de la consciencia personal, pues el fin, en efecto, no es
el final, porque éste no puede alcanzar a la esencia propia y verdadera
del Ser ni su consciencia realizada, como ella y con ella, chispa divina
inmortal, preexistente, superviviente y eterna.
¿Qué importa entonces la muerte? No
destruye sino una apariencia, una representación temporal. La
individualidad verdadera, indestructible, conserva y se asimila todas
las adquisiciones de la personalidad transitoria. Luego, bañada de nuevo
por las aguas del Leteo, materializa una personalidad nueva y continúa
su evolución indefinida. Si la realización de las consciencia es
verdaderamente el resultado de la evolución, no es posible concebir la
desaparición total, el No-Ser, de la consciencia individual.
Supongamos, en efecto, una evolución
general muy avanzada idealmente hasta un grado de omnisciencia. (La
evolución a este grado se realizará necesariamente algún día). A la
consciencia universal omnisciente nada puede escapar en el tiempo ni en
el espacio, relativos éstos, sin valor para ella. Entonces, ¿cómo la
consciencia universal tendría en sí todos los conocimientos, excepción
hecha del de los estados individuales realizados durante la evolución?
Esto es imposible. La consciencia
universal contendrá forzosamente la suma de las consciencias
individuales. En resumen, es permitido sostener filosóficamente que la
consciencia de la individualidad se pierde temporariamente, después de
la destrucción del organismo, pero no que sea destruida. Se hace latente
y permanente así hasta que la totalidad de la consciencia general la
hace revivir, después de despertarla de su sopor.
Continuará…
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Espero te sea de utilidad, Blanca
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