© Francesc Prims Terradas
Fuente: http://www.lacajadepandora.eu/
Bueno, en el momento de ponerme a
escribir este artículo espero estar haciendo una metáfora. Es decir,
espero acostarme y ver un nuevo día mañana. ¡Pero nunca se sabe! En
cualquier caso imaginemos que yo, o cualquiera de nosotros, decidiese
leer o echar un vistazo a este artículo cada día, ni que fuese a modo de
recordatorio. ¡Seguro que algún día acertaríamos, acertaremos, y no
habrá para nosotros un nuevo sol! (en este mundo).
En chamanismo hablan de tener la
Muerte por consejera, y consiste en ir por la vida con la conciencia de
que la Muerte está ahí, presta a dar cuenta de nosotros en cualquier
momento. La idea es que ello sirva para manejarse constantemente con la
mayor impecabilidad posible.
En una pequeña variación de este
tema, propongo que nos tomemos este día como si fuese el último. No
porque el Halloween me haya inspirado ideas macabras, sino por una
cuestión meramente práctica en relación con lo que es aprovechar nuestro
tiempo en este mundo como almas. ¡Cuánto podemos aprender sobre
nosotros mismos al vivir la actitud que adoptaríamos frente a nuestro
último día! ¿Qué podemos encontrar en nosotros? ¿Arrepentimientos?
¿Agradecimientos? ¿El lamento por no haber hecho algo importante? ¿La
necesidad imperiosa de decir a algunas personas cuánto las queremos?
¿Sentimos paz? ¿Acaso ansiedad o miedo?
Es mucho más fácil y contundente
realizar esta práctica bajo el shock de la proximidad de la muerte, sea
porque ha muerto de pronto alguien querido y cercano, sea porque nuestro
propio estado de salud sea tal que nos invite a esta reflexión. Y es
que nuestra relación con la muerte es visceral, no intelectual. De todos
modos, dada su inevitabilidad y omnipresencia es posible evocar su
consejo siempre que nos sintamos inspirados para ello.
El hecho de plantear que este es el
último día de mi vida de un modo espero que metafórico tiene dos
ventajas importantes: en primer lugar, gano tiempo; es decir, puedo
llegar a unas conclusiones que hagan que después de mi muerte de este
día (esto es, después de haber dormido la próxima noche) me levante al
día siguiente con una actitud diferente en relación con varias personas y
varias cosas sin necesidad de haber muerto realmente y después haberme
vuelto a reencarnar y haber vuelto a experimentar de nuevo toda una
infancia hasta llegar otra vez a la edad adulta. A la eternidad no le
importa, pero yo tal vez preferiré amortizar de una manera que considere
inteligente la energía y la oportunidad de las que dispongo hoy. En
segundo lugar, el último día metafórico me permite centrarme en mis
sensaciones, que son de hecho lo más fundamental, y no tener que dedicar
este último día a cuestiones más prácticas (despedidas, gestionar
cierto papeleo, etc.).
Una vez expuesto todo esto, contaré
lo que ocurre en mi caso al enfocar de esta manera este día; no para que
sirva de modelo o ejemplo para nadie, sino para compartir y estimular
la reflexión (empezando por la mía propia).
Algo que hacemos mucho los seres
humanos es trabajar. Si no gozamos con nuestro trabajo es un desastre,
pero si lo gozamos nos deja muy absorbidos y apenas recordamos la vida.
Esta inercia de no recordar la vida continúa más allá del trabajo y
puede inundar completamente nuestros días. Pues bien, me doy cuenta de
que todo el tiempo en que no me he acordado de la vida ha sido tiempo
perdido. En cambio, todos los instantes en que he conectado con la vida
han sido instantes ganados.
Es decir, imaginemos que he hecho una
larga jornada laboral y que de pronto salgo a la calle, ha llovido y
llegan hasta mí, transportados por el viento, los aromas de un parque
cercano. En ese momento me detengo, cierro los ojos, inspiro y entro en
contacto con la vida. Ese solo momento, esos solos segundos, son los que
verdaderamente han contado para mí durante todo ese día, porque son
aquellos en los que respiré, fui, sentí comunión. Los demás momentos
fueron tan solo instantes prácticos que me han permitido ganarme la
vida… ¿para qué?, para estar vivo para algo, ¿para qué? ¡Para gozar la
vida!, y el goce de la vida es el goce de las conexiones.
En el último día de mi vida me doy
cuenta de que tantos momentos insignificantes (los “prácticos” y los
desaprovechados de otros modos) me han alejado de la vida más de lo que
habría deseado y hoy, como es mi último día, me dedico particularmente a
valorar y agradecer todos los momentos que no fueron insignificantes. Y
me doy cuenta de que aunque hayan sido pocos, los momentos
significativos han dado sentido a mi vida; de hecho, un solo momento
significativo que vivamos a fondo puede dar sentido a toda una vida,
porque su significado y su repercusión es intemporal.
Así pues, no me centro en mis
arrepentimientos ni en lo que hice o dejé de hacer, sino que me centro
en maravillarme por toda esa vida que compartió o pudo haber compartido
su instante mágico conmigo, y agradezco su extraordinaria presencia. De
un modo natural, paso a bendecir este mundo que me permitió llevar a
cabo tantas conexiones. Bendigo a las personas por lo que son y
significan, al Sol, a la Tierra, a los cuatro elementos y a esta
manifestación tan absolutamente fantástica que es la naturaleza.
Me siento muy honrado de haber
conocido y experimentado todo ello, y me pregunto qué forma o
manifestación adoptarán todas esas personas y elementos cuando me
encuentre con ellos en otro plano, si es que esto ocurre. De hecho, me
pregunto por qué encarné, si la vida es siempre vida y debe de existir
en otros planos en los que tal vez no está sujeta a degradación ni
muerte. ¿No es todo más sencillo y menos doloroso así, sin degradación
ni muerte? Bueno, me pregunto: ¿qué valor daríamos a la vida si
estuviese permanentemente garantizada? ¿Si nada ni nadie pudiese ser
jamás herido o perturbado?
Me doy cuenta de que esto, este
estado de eterna imperturbabilidad, tiene sentido una vez que hemos
aprendido a amar. Cuando lleguemos a amar tan bien que nada ni nadie nos
moleste y podamos gozar por siempre de su inefable presencia, podremos
regocijarnos en un paraíso sin fin. Mientras tanto, no estamos
preparados para entender el paraíso, y para eso estamos aquí, en la
escuela: esencialmente, para aprender a amar. La fragilidad y la
característica de la encarnación física pueden dar lugar a mucho amor.
De hecho, esta fragilidad es la base de la compasión, el sentimiento o
actitud por excelencia que pretenden desarrollar los budistas y con el
que esperan llegar a la más alta realización. Podemos llegar a amarlo
todo, incluso a nuestros enemigos, cuando nos compadecemos de ello y de
ellos por la proximidad de su muerte.
-----------------------
Espero te sea de utilidad, Blanca
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es valiosísima!!! Pero recuerda, las consultas personales no se responden por este medio.